En torno al barón
Lo que he escrito sobre el barón es totalmente verídico y ocurrió en Praga hace doce años aproximadamente. El primer post me resultó fácil escribirlo pues disponía de algunas notas, en cambio la continuación se ha hecho esperar, no anoté nada sobre las semanas posteriores a su muerte y recordar no ha resultado un ejercicio nada agradable. He escrito lo esencial que es lo que recuerdo, con cierto desorden cronológico que es inevitable porque ha transcurrido ya mucho tiempo. Hay más recuerdos, podía haberme extendido más, a decir verdad todo lo contado es cierto pero todo no lo es. Como digo no me resulta agradable recordar y prefiero zanjarlo de este modo.
Puede parecer vanidoso por mi parte unir mi nombre al de personas con una determinada posición. En realidad lo llamo barón porque este título figuraba junto a su nombre en la invitación que nos envió para la cena de diciembre de 1994. Por supuesto desde que me pidió que lo tuteara nos llamamos siempre por nuestro nombre de pila y nunca llegué a comentar con nadie ese detalle, ni siquiera con él. Aquí lo utilizo más como un recurso literario, porque resulta llamativo y para evitar abusar del uso de las iniciales de los nombres. La amistad hubiese sido la misma por mi parte si hubiese sido el tendero de la esquina o eso quiero yo creer... En cualquier caso el personaje era él y no yo, por su facilidad en las relaciones humanas, su afabilidad, su sentido de la amistad, su habilidad por envolverse de un halo de misterio... A mí me interesó y mucho su amistad, en cambio con los demás, fueran embajadores o simples comerciantes a menudo el trato no pasó del saludo o de breves comentarios intrascendentes. Un año y medio después de su muerte abandoné yo la ciudad y cuando he regresado, en estancias muy breves, me he encontrado con algunas amistades que conservo y que no tienen nada que ver con aquéllas del entorno del barón.
Nuestra amistad duró poco más de un año. Todo empezó cuando un paisano con quien mantenía yo una relación laboral me contó que acaban de crear un club destinado más bien a empresarios y profesionales, se reunían una vez al mes para cenar en un céntrico hotel y organizar una serie de actividades aparentemente benéficas. A él no le interesaba pero me animó a ir. El club lo presidía el barón y ese mismo día decidí que tenía que ser el inicio de una gran amistad. Me llevó su tiempo: cuando murió hacía muy poco que nos llamábamos con asiduidad y nos citábamos a cenar cada viernes en el restaurante de la plaza de Belén.
Nuestra relación no traspasó el ámbito de la amistad. Mi deseo era que entre nosotros hubiese una "amistad necesaria" compatible con mis aventuras sexuales con las personitas del momento. Yo a él le incentivaba las aventuras sin mañana, pero me ponía en guardia cuando se encaprichaba de alguien en concreto para algo más sólido e intentaba quitárselo de la cabeza. Sentí aprensión cuando una vez me dijo que se iba de viaje de fin de semana con un empleado por el que sentía una creciente atracción. De regreso me contó el desastre y aunque tuve que fingir la realidad es que me sentí muy aliviado.
Desgraciadamente todo resultó demasiado breve. Habíamos empezado a hablar de planear negocios juntos, si nuestra relación progresaba podríamos llegar a compartir un mismo techo, me decía a mí mismo. Mi confianza en él era absoluta, parecía que a su lado ningún proyecto estaba vedado. Yo vivía en el aspecto económico un momento dulce, su amistad, mis amantes, la vida asequible en la más bella ciudad del mundo... al fin todo parecía estar absolutamente a favor. Ocurre que aunque se tenga cuidado -y él por cierto no lo tuvo- suceden cosas graves. Como un motor que se detiene en el aire el regreso a tierra firme resultó un golpe muy duro.