Monday, January 25, 2010

Cita en Punta del Este (III y final) - ficción



"La partida no está perdida ni ganada de antemano, hay que luchar y arriesgarse minuto a minuto". SIMONE DE BEAUVOIR

El señor Sosa reconoció la figura menuda y frágil que descendía por la escalera de mármol blanco del Conrad. Cuando se aproximó a la recepción se incorporó saliéndole al paso. Observó que el doctor Elías Feher conservaba las sienes y el bigotito plateados aunque parecía más débil por la edad. Seguía teniendo un aire a otro Elías judío, el escritor Canetti, hijo de la legendaria comunidad de Salónica. Lo saludó ampulosamente, esbozando en sus ojos una cierta emoción. El doctor le indicó con la mano la dirección de la cafetería.

Tomaron asiento, se preguntaron formalmente por las respectivas familias. No acertaron a precisar cuánto tiempo había transcurrido desde su último encuentro. Más de diez años seguro y habría sido en la tribuna de River Plate. A Sosa le pareció que ese hombrecito venerable conservaba la mirada fija y profunda de siempre que transmitía inteligencia. El doctor sintió cierto alivio, Sosa no parecía un hombre derrumbado ni alguien que se hubiese refugiado en el alcohol. Sí expresaba su mirada una cierta melancolía.

Sosa se lanzó a tratar el asunto que le había traído hasta Punta del Este con palabras desde hacía tiempo meditadas.
- Esa mujer destruyó mi vida. Usted me advirtió y no le hice caso. Creo que estaba demasiado encaprichado de ella.
El doctor escuchaba con atención, sin moverse, con la mirada clavada en su interlocutor. Este prosiguió.
- Mi hijo ha contactado con un buen bufete de abogados que nos da muchas esperanzas por recuperar las dos propiedades que esa milonguera me quitó.
El doctor sin variar su actitud asintió levemente con la cabeza.
- Estaba encajetado, me convertí en un bacán y me dejó seco. Pero aqui estoy para preguntarle algo que me ha intrigado mucho. ¿Cómo pudo usted saber, sin apenas conocerla, que esa mujer era todo lo contrario de lo que parecía? Cómo pudo ver lo que ni yo ni otros vimos.
- En realidad fue mi paciente, por eso la conocía. Si no recuerdo mal por entonces vivía con su segundo o tercer marido y puesto que era uno de esos escasísimos hombres que puede convenir a este tipo de mujeres yo intenté salvar su relación. Entonces apareció usted en su vida y todo se malogró. No olvide que yo me debía a mis pacientes, bondadosos o no... Luego le hice llegar a usted aquel mensaje a través del doctor Pérez D. que no surtió efecto. A ella ya no la vi más.

Sosa frunció el ceño mostrando extrañeza. Su respiración se aceleró. Recordaba que Maribel le confesó en cierta ocasión haber acudido alguna vez a la consulta de Belgrano por un simple problema de insomnio. Nada de importancia.
- ¿Quiere decir que estaba loca?
- Sufría un trastorno crónico de la personalidad -precisó el doctor.
- ¿Por qué era adecuado su marido y no yo?
- Porque era un hombre sumiso, simple, crédulo, en una palabra, manipulable. Y usted, como la mayoría, no. Por eso su relación con ella era desaconsejable.
- ¿Entonces porqué cree que abondonó a ese hombre si tanto le convenía para venirse conmigo?
- Este tipo de personas acaba por sentir desprecio también hacia aquellos que resultan fáciles de manipular. Les parecen demasiado débiles.
Sosa escuchaba sorprendido. El doctor hablaba con absoluta seguridad. Ambos permanecieron unos segundos en silencio.

- Sabe... Un segundo error fue confiarle mi empresa. Nos fuimos quedando sin clientes sin darme cuenta. Yo me creía sus explicaciones.
- Ciertamente no son personas que puedan realizar un trabajo que implique trato con el público -terció el doctor.
- Pero era una mujer agradable, risueña, con buena presencia. Quizá muy habladora pero eso suele suceder en las mujeres...
El doctor se acomodó en su asiento, mirando de soslayo a su invitado. Alzó los ojos, pareció reflexionar brevemente para volver a fijar la mirada en Sosa.
- Son personas que observan mala intención en todo lo que los demás hacen. Tienden a ver actitudes insultantes donde no las hay y se sienten ofendidas sin razón para ello. ¿Entiende?. Esta es la base de su problema.
- Es cierto que no se relacionaba con la mitad de su familia... También no sé cómo lo hizo pero consiguió enemistarme con mucha gente y alejarme de mi hijo.
Feher asintió con un leve movimiento de cabeza. Sosa volvió a permenecer pensativo, en silencio.

- Creo que mi tercer error fue poner las propiedades a su nombre. Me convenció para evitar un posible embargo relacionado con las deudas de la empresa.
El doctor no respondió.
- Hubo finalmente un cuarto error -señaló Sosa esbozando una sonrisa que denotaba cierta vergüenza-. Después de todo la localicé para pedirle que volviera conmigo. Fíjese, cuando ya me lo había quitado todo yo esperaba que se reconciliase conmigo.
El doctor hizo ademán de alzarse de su asiento para dar por terminada la conversación.
- Estas personas albergan resentimientos profundos y durareros -sentenció Feher para aconsejarle acto seguido que olvidase.
- Todos nos equivocamos, Sosa.
- Más aun con las mujeres -terció Sosa.
- En realidad se trata de un trastorno más frecuente en los hombres -explicó el doctor.
- Usted puede recuperarse, independientemente de lo que consigan sus abogados. Si se lo propone puede vivir una jubilación satisfactoria. Si le sirve de consuelo esa mujer no está dotada para la felicidad.

El doctor se despidió con una sonrisa de complicidad. En el tren que lo llevaba a Buenos Aires Sosa decidió encarar el futuro con optimismo.

1 Comments:

Anonymous ana said...

Que triste es ver un agudo sufrimiento transformado en polvo.
Pero al mismo tiempo poder liberarse como si nada hubiese pasado

1:23 pm  

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