Wednesday, September 06, 2006

La última cena con el barón (I)

Me acordaré siempre. De anochecida, aterido por el inclemente invierno centroeuropeo, acelerando el paso a través de las oscuras calles empedradas de la Ciudad Vieja... Iba a su encuentro, iba feliz porque iba a su encuentro y además me había anticipado por teléfono que tenía algo importante que decirme. Fui serpenteando hasta la recóndita plaza de Belén que reconocí, como otras veces, por las paredes desnudas de la capilla, iluminadas por unos focos tan potentes que parecía que estuviesen allí rodando permanentemente una película. Iba absorto pensando cómo justificaría mi retraso porque a diferencia del barón -la ciudad entera parecía ser de su dominio- yo rehusaba conducir por el enjambre de calles del centro, repleto de señales de prohibición y de turistas distraídos paseando por la calzada. Prefería dirigirme a algún aparcamiento y andar luego hasta mi destino.

Llegué con cincuenta minutos de antelación. Me di cuenta de ello en el mismo instante de franquear la puerta de V Zátisí, su restaurante favorito. La joven sonriente que la última vez a la salida confundió nuestros abrigos -el barón se dió cuenta del error, yo salía encogido en el de otro- me confirmó la hora con la sonrisa habitual: esta vez ustedes reservaron una hora más tarde que de costumbre. Enfilé la Liliová para aguardar en un bar próximo, con algo de ansiedad y una copa de becher en las manos.

Al filo de las ocho crucé de nuevo el umbral del restaurante y entregué mi abrigo a la joven sonriente que me indicó el comedor de la izquierda. Solía el barón preferir el de la derecha, algo más íntimo, y cuando reservaba osaba también solicitar que sirviera alguien en concreto. Era un buen cliente y le complacían. En una mesa céntrica del acogedor comedor, en la penumbra que tanto le gustaba, estaba el barón en animada charla con un amigo común, el sr. S. A mí me caía muy bien el sr. S., un abuelito encantador y culto, con unos chispeantes ojitos de piélago. Represaliado durante la larga noche totalitaria, sobrevivía con esporádicos trabajos de traductor. La amistad con el barón lo había rejuvenecido, se sentía al fin valorado, confiado, lo veíamos reír abiertamente. Pero su presencia esta vez no estaba prevista y me incomodó: no había un idioma común de uso entre los tres. El barón se excusó, precisaba la traducción urgente de unos textos y, entre plato y plato, S. traducía y comentaba unas hojas que el barón había traído consigo. Quedamos a cenar a solas al día siguiente.

Al día siguiente, un sábado, el barón no llamó ni respondió a mis llamadas. Tampoco el domingo. El lunes al llegar a la oficina llamé a la suya. "El señor v.P. falleció este fin de semana a causa de un accidente con su automóvil" me dijeron. No sabían más, la policía investigaba. Llamé de inmediato al sr. S. y a otros amigos comunes. S. estaba asustado. "Al salir del restaurante me acompañó hasta mi casa y allí nos despedimos. Los documentos que le traduje eran para deshacerse de sus socios en el negocio. ¿Recuerdas cómo nos llamó la atención que la pareja sentada al lado no hablase en toda la cena y pareciese estar sólo pendiente de nuestra conversación?" Pero yo no había prestado mucha atención.

(Continuará)

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Qué es esto xD.

1:10 pm  

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