Wednesday, April 25, 2007

¿Qué es la vida?


Un largo camino hacia Dios, decía Areilza. A veces no tan largo y él lo sabía. ¿Dios?. El hombre es más interesante que Dios, sostenía Gide. Pero ¿quién es Dios?. Esa certidumbre divina de que la muerte es mentira, decía Gabriela Mistral. ¿Mentira?. Vi a la muerte de las danzas macabras, gesticulante y maliciosa, la muerte de los cuentos de sobremesa, que llama a la puerta con una guadaña en la mano, la muerte que viene de lejos, extranjera e inhumana, escribía Beauvoir.

Nos empeñamos en no olvidar a Dios. Es curioso ¿dónde estaba mientras se producía la Shoah?. Se diría que él nos ha olvidado a nosotros. Me resultaba más fácil pensar en un mundo sin creador que en un creador cargado con todas las contradicciones del mundo, reflexionaba Beauvoir.

Entonces ¿qué es la vida?. Vivir es envejecer y poco más, sostenía Beauvoir. ¿Envejecer?. Es una derrota aceptada. Se llega a una edad en que la vida, para cualquier hombre, es una derrota aceptada, sentenciaba Yourcenar. Y añadía la vida es más compleja que todas las definiciones posibles, toda imagen simplificada corre el riesgo de ser grosera.

La vida tiene todo el sentido que nosotros queramos darle (...) La vida cobra sentido cuando nos esforzamos por superar la tendencia ingenua al placer egoísta y nos comprometemos en un servicio, decía Hermann Hesse.

No sé qué es la vida pero la elijo y elegir la vida es siempre elegir el futuro. Y elijo la verdad, sin ella no hay libertad posible. Y... quererse libre es también querer libres a los demás, afirmó Beauvoir.

Saturday, April 14, 2007

Genio y figura


"Tenía demasiados desquites que tomarse y demasiadas heridas que curarse para ponerse en el lugar de otro. Se sacrificaba en los actos, pero sus emociones no la sacaban de sí misma" (SIMONE DE BEAUVOIR)

Apareció en la habitación de mamá con el rostro ensangrentado. Se había caído de bruces, inconsciente, pero se recuperó y pudo deslizarse a la habitación contigua. Ella misma dio indicaciones a mamá, asustada y anestesiada por la dosis habitual de somníferos, sobre el número de teléfono de urgencias al que debía llamar.

Una embolia pulmonar. Tía Leo yace desde hace un par de semanas en la habitación del hospital con respiración asistida, la nariz morada, el labio suturado. "Parece recuperarse pero ha sido algo serio. No olvides que tiene ochenta y cuatro años" me dice al teléfono una de mis hermanas. No aparenta su edad, me digo. El rostro sin apenas arrugas, la cabellera de rubio teñido recogida por atrás, llena de vitalidad y de interés por todo. Eso sí, tras la operación de cadera que la condenó a una precaria movilidad, le había quedado el cuerpo como acartonado, con movimientos mecánicos dificultados por el sobrepeso. Tendrá mal aspecto, alguien le ha preguntado si mamá -su hermana menor- era su hija.

Nadie en el seno familiar ha puesto de relieve tan marcadamente las contradicciones de la propia personalidad como tía Leo. Admirables su autenticidad, su gusto por la verdad, genuina su capacidad de compasión y, en apariencia, ausentes los sentimientos de envidia hacia los logros ajenos. Su carácter orgulloso y apasionado le permitió hacerse a sí misma y se esforzó siempre por superar sus carencias culturales. Pero demasiado precaria la base como para emplearse a menudo con tanta contundencia en sus opiniones sobre cualquier asunto y, más aun, para reprender a los demás en accesos de cólera tan breves como inútiles, no exentos de aspavientos despreciativos.

Predispuesta por carácter a metas socialmente destacables, el escaso bagaje cultural recibido en los difíciles tiempos de su infancia resultó un hándicap insalvable que la limitó siempre e hirió su orgullo. Quizá en parte esto explique esos habituales estallidos de cólera: en rebeldía contra su propia ignorancia difícilmente iba a tolerar la ajena o lo que ella entendía como tal.

Trabajó en varios países durante mucho tiempo y eso influyó en sus gustos, diferenciados de los de las españolas de su época. En vísperas de Navidad esperábamos su visita, mi primo y yo sus regalos. Era un niño y la temía. Un día paseando por el parque de mi ciudad me contó, señalando un hierro afilado que surgía en lo alto de un edificio, que allí mataban a los niños que se portaban mal. Acostumbrado a que las mujeres de la familia me contasen la verdad, me creí por un tiempo la historia brutal que se le había ocurrido. Y sufrí por ello.

Poco antes de su jubilación regresó del exterior para instalarse en casa de su madre, nuestra abuela. La quería y la cuidó pero también, por supuesto sin pretenderlo, ensombreció sus últimos años de vida. Hará un par de años se vio obligada a abandonar la casa de alquiler y de las opciones que le ofrecieron los nuevos dueños, como era de temer, optó por la peor. Mamá no pudo negarse a aceptarla en su apartamento, a desgana por la incompatibilidad manifiesta de caracteres entre ambas. Advertimos a tía Leo, temíamos por mamá dado su precario estado psicológico. Habiendo tenido que renunciar a los viajes, paseos y escapadas a la ópera debido a sus problemas de movilidad, la tía ha permanecido atrincherada en su habitación entretenida con la máquina de coser, su imponente discoteca y las películas y óperas televisadas. Mamá ha huído a diario. A duras penas se han ido soportando.

La familia se turna ordenadamente, día y noche, en su habitación de hospital. Pero ella siempre ha sentido una exagerada devoción por los médicos, un síntoma más de sus malogradas pretensiones burguesas. Me comentan que sólo cuando acude nuestro primo o nuestro amigo P., ambos médicos, es cuando ella se siente realmente a gusto, justamente valorada.

Uno envejece tal como ha vivido. Es triste la vejez y la enfermedad una violencia indebida.

Thursday, April 05, 2007

Más allá del Telón de Acero


Notas de viaje. El Castor (Noviembre 1988): "Tras el almuerzo decidimos dar un paseo para conocer el centro de Potsdam. La calle principal es peatonal y lleva el nombre del ex presidente checoslovaco Gottwald. Vemos, arriba y abajo, a militares y gente que se detiene, curiosa, delante de unos vendedores polacos que ofrecen mercancías de ínfima calidad. Sentados en el suelo, punkies bebidos. El ambiente es desolador".

Curiosamente el recuerdo que ha permanecido en mi memoria durante diecinueve años es otro. Es el de una mujer joven y guapa con una bolsa intentando vender algo en esa misma calle central. Se le acercó un viejo que permaneció amonestándola (¿amenazándola?) durante varios minutos. La joven escuchando cabizbaja, resignada, sin replicar. Esa escena me afectó, por eso la recuerdo. La RDA me pareció una gran cárcel, semblantes severos y resignados incapaces de esbozar una sonrisa, la mitad entretenida en delatar a la otra mitad. Tenían prohibido dirigirse a los turistas. Sorteando a los trabants humeantes o averiados en el arcén de la autopista internacional. Más allá de las vallas, extensos campos de cereales entre diminutas aldeas dormidas.

Notas (1988): "Llegamos a Czestochowa, en Polonia. Muchos vendedores entre el aparcamiento y la puerta del santuario. Este se halla completamente abarrotado de gente. Afortunadamente un cura rechoncho nos abre paso entre la multitud para mostrarnos amablemente la imagen de la virgen negra y el tesoro. Nos cuenta la historia del lugar en una tranquila sala apartados de la multitud. Nos despide en la tienda de recuerdos donde las imágenes de Wojtyla compiten con las de la virgen negra".

Me incomodó que el cura nos hiciera pasar sin respetar las larguísimas colas tanto dentro como fuera de la iglesia pero fue amable, de otro modo nos hubiera resultado imposible ver algo. Dentro del templo había que abrirse paso a empujones y la muchedumbre despedía un persistente olor bastante desagradable, mareante. Sentimos un gran alivio cuando el cura nos encerró en una habitación subterránea para darnos explicaciones pero resultó demasiado largo y empalagoso, esforzándose en una mezcla de italiano y español escasamente comprensible. De todos modos en Polonia nos sentimos mucho más libres, los niños sonreían, los adultos nos trataban con cordialidad. Quizá por eso su pobreza me resultaba más hiriente.

Notas (1988): "En la ciudad checa de Karlovy Vary vemos grandes edificios termales, testimonios de un espléndido pasado cuando acudía aquí la corte de los Habsburgo. Damos un paseo por la zona comercial pero hay pocas cosas interesantes para comprar. En el momento de partir cae de forma repentina una impresionante tormenta que nos deja empapados(...) Las últimas coronas checas se quedan en la tienda de recuerdos situada junto a la aduana, el vendedor no da abasto. Uno de los aduaneros es simpático. Le damos una lata de cerveza y otra de coca-cola. Parece satisfecho y se va escondiendo las latas para que nadie repare en ellas".

Eslavos pero con marcada influencia alemana los checos me parecieron más sumisos ante el poder que sus vecinos polacos pero en un ambiente menos paranoico y policial que en la RDA. Praga ya me pareció extraordinariamente hermosa pese a ocultar las fachadas de innumerables edificios en eternos andamios. La ciudad balnearia de Karlovy Vary, en el fondo de un estrecho valle encajado entre montes boscosos, me fascinó desde el primer momento. Desde entonces he regresado en numerosas ocasiones sin dejar nunca de subir hasta la pequeña iglesia rusa (foto), oculta entre impresionantes mansiones con jardín donde vivieron cultos burgueses hasta ser devorados por el trágico y convulso siglo XX centroeuropeo.