Sunday, November 19, 2006

El placer de viajar


Me encanta viajar, una actividad integrada en un proyecto más amplio al que sigo aferrado: el de conocer. Me gusta por lo que supone de aventura personal, de cambio en mis relaciones con el mundo. La novedad de lugares, rostros, idioma, gastronomía me brinda emociones insustituibles. En los últimos años he viajado bastante menos. La madurez, esa edad de la discreción, me ha instalado en casa, eso sí, rodeado de decenas de objetos, la mayoría de escaso valor, pero que al observalos me trasladan con nostalgia al pasado, a mi vida en Praga y Budapest y a buena parte de los lugares visitados.

Una caricatura de Sartre a lápiz de 1964 adquirida en un anticuario me recuerda mis interminables paseos por la Ciudad Vieja praguense, un lanzador en bronce de 1925 mis escapadas al mercadillo de antigüedades de Stredokluky. Cada domingo, a primera hora, acudían a ese mercadillo auténticos depredadores alemanes y holandeses para aprovecharse de la necesidad de los checos por vender en los años posteriores a la caída del muro de Berlín. Estos no siempre conocían el valor de lo que vendían. Mi amigo A., experto en estilográficas, adquirió una de antigua previo regateo por el equivalente a una decena de euros, la subastó en Londres y con el botín obtenido adquirió un volvo familiar seminuevo. Yo iba a Stredokluky, raramente y ya avanzada la mañana, con ánimo de curiosear y si hallaba algún pequeño objeto que me gustase, como una pintura de dimensiones reducidas o un simple plato de porcelana, lo adquiría.

No he sido un viajero compulsivo. No separo el interés por el patrimonio monumental del gastronómico, por ejemplo, y valoro aspectos sociales como la seguridad o la situación de los derechos humanos y aspectos económicos como la carestía de la vida. Ni hablar de pasarme horas en una avión para permanecer días y días en un hotel más o menos lujoso junto a una playa tropical y poco más. No me seduce la locura colectiva de la India, con sus castas y sus miserables agonizando en las calles, ni los países islámicos donde esa religión, opresiva, a menudo asfixiante, domina hasta en los más nimios detalles de la vida cotidiana. Africa, desde el punto de vista antropológico y paisajístico, resulta sin duda seductora, y además dicen que sus gentes son acogedoras, pero voy descartando países con diversas consideraciones. Me invitaron a Burkina Faso que a priori parece de los menos complicados pero se me aparece el listado de vacunas y su relación con diferentes enfermedades, las épocas a eludir por la climatología, la comida monótona, las largas distancias por precarias carreteras hasta las regiones de interés... finalmente caigo en el desánimo ante el catálogo de obstáculos.

Me siento muy a gusto cuando viajo por Europa. Me agrada hacer pequeñas compras pero no tener que pagar cifras astronómicas por ello y menos aún por una comida o una copa, por esta razón no he estado en Escandinavia aunque me hubiese gustado conocerla. Países de la antigua URSS como la propia Rusia, Ucrania, Armenia, Georgia y otros constituyen un mundo por descubrir para mí y la mayoría de occidentales pero todavía todo es demasiado precario, tosco, absurdo y primario. Estuve en San Petersburgo, no me apetece mucho descubrir Moscú, ahora en manos de todo tipo de mafiosos. Salvo el norte y el este, en el resto del Viejo Continente se hallan todos mis destinos favoritos.

Volveré a Praga, que es parte de mi vida, aunque ya no es la ciudad en plena transformación que tan bien conocí. Y a Bratislava, Budapest y quizás a Sofía y a Polonia. Recorrer sus callejuelas de adoquines, flanqueadas por edificios cuyos arquitectos mimaron al construirlos, entrar en los pequeños anticuarios repletos de restos del esplendor de la época de entreguerras porque la vida quedó petrificada en esos objetos mucho más que en cualquiera de sus momentos... Entrar enfin en sus acogedores restaurantes para redescubrir su sabrosa cocina, elaborada, generosa y sencilla, sin pretensiones.

Como siempre mi post ha resultado desordenado, como si una ansiedad injustificada me impidiera ordenar mis ideas. Sartre contó algo divertido. Se tomaba corydrane, un medicamento psicotrópico, cuando escribía textos filosóficos pero se abstenía de hacerlo para escribir en otros géneros. Una vez tomó corydrane mientras escribía una novela, pretendía contar que el personaje regresaba a su casa pero no lo conseguía. Su cerebro generaba tal flujo de ideas, le ocurrían tantas cosas al personaje camino de casa que nunca llegaba a ésta. Yo no tomo nada, ni siquiera un poco de alcohol, voy fumando pero la nicotina no tendrá un efecto ansiolítico como yo mismo me inclino a pensar.

Saturday, November 11, 2006

El ocaso de los dictadores


Caído el muro de Berlín, los cubanos que vivían en los países europeos hasta entonces socialistas fueron obligados al regreso. Para evitarlo algunos contrajeron matrimonio con mujeres del país, a veces precipitadamente. Otros simplemente optaron por regresar. Recuerdo a Pedro que era joven y vivía como yo en Praga. "Yo no vuelvo. Si me meten en un barco me arrojo al mar antes de llegar a la isla" me confió con pleno convencimiento. Una jubilada checa aceptó casarse con él y la autoridad en la ceremonia cerraría los ojos o no, pues igual la ley era lo suficientemente sabia como para no inmiscuirse en consideraciones vanas sobre conveniencias y sentimientos. Pedro permaneció y parecía feliz con su trabajo en un céntrico comercio de venta de cristal y porcelana para turistas, feliz compartiendo un pequeño apartamento con su amigo checo. Recibía un modestísimo pero suficiente salario y, lo más importante, seguía disfrutando de su libertad: mucho más de lo que el régimen de su país, con su ciego orgullo, podría ofrecerle.

Un turista cubano de Florida me contó que su padre había sido propietario del mayor banco en la época previa a la revolución. Junto a él viajaba un grupo, todos ellos de familias burguesas instaladas en el exilio en Florida que habían forzosamente abandonado sus propiedades y sus negocios durante la huída de la isla. Una abuela encantadora me confesaba con pena que no confiaba en poder regresar, en sobrevivir a Castro. Yo le respondía que éste no era inmortal, que algún día no muy lejano todo eso se iba a terminar como se había acabado ahí mismo, sobre el suelo que pisaba, y ella dudaba sin dejar de aferrarse a mis palabras de esperanza.

Era una señora elegante y todavía guapa que hablaba con un dulce acento que yo no sabía distinguir: había en el grupo argentinos, chilenos y otros sudamericanos, salvo el acento de los brasileños los demás me resultaban parecidos. Eran todos felices turistas de larguísimo viaje por Europa, un poco perdidos en la nebulosa de países, ciudades y monedas, les costaba ya ubicar lo que habían visto, su guía tenía que ir recordando a algunos el nombre de la ciudad que pisaban. La señora elegante y su marido, ambos encantadores, me contaron que eran chilenos. Muy pronto la señora se brindó a sacarme de un error: Pinochet no era lo que contaban por ahí. Me corrigió amablemente y con brevedad -no disponíamos de tiempo- ante el llamativo silencio de sus vecinos argentinos.

Un turista francés me confió su extrañeza de que los inmigrantes españoles en Francia no solieran maldecir a Franco sino que a veces solía ser más bien lo contrario. Le respondí que hubo inmigrantes por razones económicas y por razones políticas, que él se refería a los primeros y que las diferencias entre ambos no se reducían a lo puramente material.

Cubanos por Fidel como los que cumplieron la orden y regresaron dando la espalda a un futuro mejor, chilenos por Pinochet, españoles por Franco... Si dirigimos la mirada aún más atrás nos encontramos con Alemania casi entera por Hitler, la URSS por Stalin... En apariencia se diría que con el paso del tiempo algo hemos mejorado: los crímenes y los robos de los últimos dictadores de Occidente no tienen ni mucho menos las tremendas dimensiones del nazismo o del estalinismo. Los empleados del hotel praguense que alojó en los 90 a un numeroso grupo de militares chilenos sintieron un gran alivio cuando éstos se marcharon, nunca nadie les había molestado con tantas exigencias fruto de tanta soberbia y tanta banalidad, pero no se llevaron consigo las cerraduras de las puertas como hicieron los soldados de la Wehrmacht al retirarse de los ya de por sí depauperados cuarteles soviéticos que habían ocupado. A tanto no llegaron. Tampoco esos últimos dictadores tuvieron tantos seguidores. Puesto al descubierto el expolio de Pinochet supongo que ya sólo lo entenderán y defenderán quienes también hayan robado.

Tuesday, November 07, 2006

Las bellas imágenes



"La felicidad es como una mariposa cuyos brillantes colores se deslucen desde que se la toca" (SIMONE DE BEAUVOIR)

Un día de invierno, dirigiéndome con F. y su joven amiga húngara hacia la puerta de salida del edificio de la calle Bajza donde vivían, nos cruzamos con un hombre mayor que entraba, con las manos en los bolsillos del abrigo. Al llegar a la altura de ella, sin dirigirle la mirada, alzó levemente su sombrero con una mano, en un gesto brevísimo y elegante, y siguió de nuevo sus pasos hacia el ascensor con las manos en los bolsillos. Permanece entre los húngaros el hábito galante de saludar a la mujer con un "beso su mano". Suena muy bien en ese idioma que no se parece a ningún otro, con su peculiar melodía de reiterado lamento: "Kezét csokolom". También en Praga vi con mucha frecuencia, en cafeterías o restaurantes, cómo los hombres ayudaban a sus acompañantes a sacarse o ponerse sus abrigos. Todas esas fórmulas de galantería son desconocidas en España. Una vez en la universidad abrí una puerta y me detuve para ceder el paso a una amiga que venía detrás. Turbada, me dijo con cierto desdén que hiciera el favor de pasar.

Para recordar esos gestos en mi familia debo remontarme a mi infancia cuando algunos veranos recibíamos la visita desde Venezuela de los primos de mamá. La prima A. aparecía exultante, con una felicidad contagiosa, repartía besos y regalos. Su esposo el primo V. era un hombre atractivo y de un encanto seductor y era bien consciente de sus propias cualidades. Se mostraba cariñoso con mamá y sus hermanas, largos abrazos, más besos, palabras ampulosas... Ellas parecían felices y sorprendidas a la vez: tanta efusión masculina las trasladaba al pasado, a la época dulce de su noviazgo. Por si fuera poco los primos hablaban un catalán muy sugerente, pulido y edulcorado por su acento sudamericano.

Mucho más que las galanterías de él a mí me llamó la atención la felicidad sin fisuras en la que parecía estar permanentemente instalada la prima A. Nos contaba las inacabables fiestas con sus amistades de la comunidad catalana de Caracas, las vacaciones en un rincón caribeño, paradisíaco, llamado Puerto Azul. La vida era bella, jalonada de fiestas de disfraces, compras, viajes, estancias en playas de aguas cristalinas... Yo era un niño apasionado por la geografía, mi tesoro era un libro de tapas rojas en el que aparecían datos de todos los países del mundo. Buscaba la página de Venezuela, allí sin duda estaba el paraíso, me decía.

Con el tiempo los viajes transoceánicos empezaron a resultar demasiado caros y dejaron de venir a visitarnos. He sabido que la realidad de Venezuela, como la de cualquier otro país, es mucho más complicada, que no hay paraísos salvo los paraísos perdidos. Sé que la vida también es compleja y que tiene sus vaivenes. Una de mis tías se ha empeñado, a falta de encuentros, en mantener contacto epistolar y telefónico. Nos extrañó que la prima A. ocultara el divorcio de uno de sus hijos. ¿Qué tendrá de malo un divorcio? se pregunta todavía mi tía. Al parecer ahora hay más: divorcios y desavenencias, un deshaucio, una enfermedad seria, un atentado con arma de fuego, algunos problemas con la ley... Nadie en mi familia se iba a alegrar de todo eso, bien al contrario el silencio de la prima nos ahorra motivos de tristeza y preocupación. Yo también me inclino por no saber para preservar la imagen de esa mujer, joven y bella, tan dotada para la felicidad.

Thursday, November 02, 2006

Contra el olvido


"Desde junio de 1940 hemos aprendido la cólera y el odio. Hemos deseado la humillación y la muerte de nuestros enemigos (...) El odio no es una pasión caprichosa; denuncia una realidad escandalosa y reclama imperiosamente que ésta sea borrada del mundo". (SIMONE DE BEAUVOIR)


Centroeuropa, ese campo de hierro que la sangre oxidó... En el bolsillo del pantalón del cuerpo sin vida del gran poeta húngaro Miklós Radnóti se halló un papel con sus últimos poemas. "Viví en esta tierra en una edad en la que era un honor traicionar y matar (...) Borracha de sangre y escoria la nación enloqueció y sonreía ante su horrible destino". Sobrevivió al Holocausto su compatriota el también poeta y escritor Ernö Szép pero no tuvo motivos de alegrarse por ello. "Fue el nueve de noviembre cuando regresamos a casa. Pero no voy a narrar lo que sucedió al empezar el día diez. No es algo para ser escrito ni para ser creído". El veinte de octubre de 1944, a sus sesenta años, fue obligado a abandonar la casa de la calle Pozsonyi de Budapest, donde había sido hacinado junto a otros judíos, para realizar trabajos forzados en las afueras de la ciudad. Al regreso, apenas tres semanas después, se encontró con la tragedia de la muerte de sus familiares.

Hallé el último libro de Ernö Szép, "The smell of humans", en la librería situada en la hermosa Párisi udvar o Galería de París, en Budapest. En él narra los meses de desolación vividos en la casa de la calle Pozsonyi, los precios abusivos que debían pagar por obtener alimentos, las vagas esperanzas de conseguir un salvoconducto salvador en alguna legación extranjera... Describe también esas tres semanas de asesinatos, humillación y maltrato a que fueron sometidos en el campo de trabajo por los "cruz flechada", los colaboradores húngaros del nazismo.

Es sabido que no sólo fue Hitler, la Wehrmacht, su policía secreta y sus seguidores, quienes escribieron las páginas más negras de la historia de la Humanidad en pleno siglo XX. Tal como sostiene el historiador americano Robert Gellately "la mayor parte de alemanes apoyó a Hitler hasta el final" y hubo polacos, húngaros, croatas, lituanos y otros que contribuyeron o directamente protagonizaron no pocas masacres de inocentes.

Al final del texto hay una frase muy expresiva de Szép. "Todo lo que he contado aquí, si quiere recuérdelo, si quiere olvídelo". Yo he elegido recordar y a veces leo alguno de sus párrafos o los del diario de Otík Wolf, el niño que vivió junto a su familia oculto durante años en un bosque de la Silesia checa. No son lecturas agradables pero me las impongo porque me resisto al olvido. Dispongo también en mi reducida biblioteca de un ejemplar de la conocida obra de Primo Levi sobre su experiencia en Auschwitz. Lo he leído debidamente -todos deberíamos hacerlo- pero ahora permanece en su lugar, en la estantería. Me defiendo de volver a abrirlo. Su lectura me resulta demasiado dolorosa.

Pienso que Europa va consiguiendo, pese a las dificultades, la superación de su pasado y sólo al precio de no olvidar será posible superarlo definitivamente. El hombre es capaz del bien y del mal, no siempre tan fáciles de distinguir. "Ni el bien está donde la sociedad lo ubica, ni el mal es el que la sociedad denuncia" decía Buñuel. En todo caso la convivencia en democracia es importante porque nuestra libertad y nuestros derechos son respetados pero es esencial porque es el único sistema que invita al hombre a asumir su libertad y, como decía Beauvoir, en el hombre predomina el bien o el mal en la medida que asume su libertad o la niega.