Saturday, October 17, 2009

Cita en Punta del Este (II) - ficción


El doctor Feher recordaba bien los casos de Marcos Sosa y Maribel Quesada. Dieron mucho que hablar en Belgrano por la posición social de los protagonistas si bien desde un punto de vista clínico carecían de especial interés. Antes de retirarse a Punta del Este había donado a la facultad las historias clínicas acumuladas durante casi cuarenta años. Una ingente cantidad de papel ordenada en archivos a la que, una vez cerrada la consulta, hubo que proporcionar un destinatario apropiado y respetuoso con la confidencialidad. Quedó maravillado cuando unos estudiantes le devolvieron toda la información en unos pocos disquetes.

El doctor se sentó en el despacho de su apartamento. La primera luz de la mañana iluminaba la estancia a través de un gran ventanal desde el que solía observar un mar tranquilo o agitado. Tomó el disquete seleccionado, del año 89. Quería refrescar la memoria, al día siguiente se vería en el Conrad con el pobre señor Sosa. Efectivamente pocas líneas aparecían sobre el hijo de Sosa. No observó entonces que el joven tuviese dificultades por aceptar su orientación sexual pero sí le pareció algo vulnerable a la presión familiar. Le animó a dar pasos en el buen sentido excluyendo el proyecto de boda. Semanas más tarde Feher, que había tratado muy poco a Sosa padre, optó por pedirle a un amigo común que insistiera en ese sentido. Indicaciones al doctor Pérez D. para que haga ver a los Sosa la inconveniencia de la boda de su hijo, había anotado.

Respecto a Maribel Quesada las consultas fueron numerosas, el historial ocupaba varias hojas y en el lugar reservado al diagnóstico aparecían tres consonantes simplemente. Recordaba que era una mujer bastante atractiva, con una larga melena azabache y con cierto exceso de maquillaje, perfume y perifollos. Con la experiencia Feher había adquirido habilidad en obtener una información valiosa con una primera mirada, antes de que el paciente pronunciase sus primeras palabras. Del resultado de ese brevísimo estudio semiológico se podía obtener una impresión que indicaba una dirección a seguir y otras a descartar. De Maribel, aún más que su cuidado aspecto, le llamó la atención la mirada tensa, fija. Una mirada que conocía de otros pacientes y que recomendaba prudencia, tacto en la palabra.

Releyendo el historial que él mismo escribió años atrás recordó que el caso no le planteó mayores dificultades, los síntomas aparecieron a medida que las visitas se fueron sucediendo. Debió en efecto medir sus palabras para no propiciar interpretaciones en negativo fruto de la desconfianza, hacer equilibrios para no reforzar los juicios erróneos de la mujer sin que ésta se molestase y dejase de acudir a la consulta. Aceptar que estaba perfectamente, que sólo acudía allí por asuntos menores. Todo un trabajo para un resultado limitado: si conseguía recetarle las pastillas ella podría encontrar cualquier excusa para no tomárselas.

Finalmente se preguntó Feher por el señor Sosa. No habría buscado esta cita sólo para lamentarse por no haberle hecho caso, ni para encontrar una explicación al comportamiento de esa mujer, se dijo. Todo eso resultaba lejano. Quizá esté depresivo -pensó- y él le había dado motivos para confiar. Desde Belgrano le habían llegado informaciones contradictorias, hablaban de un hombre solitario, roto por la vida, pero también se rumoreaba que Maribel iba a perder las propiedades que consiguió poner a su nombre. La cita, al día siguiente en el Conrad.