Monday, October 22, 2007

Gente corriente


"La inmortalidad, no importa si la imaginamos celestial o terrenal, es incapaz de consolarnos de la muerte, cuando se ama tanto la vida". (SIMONE DE BEAUVOIR)

Había reaccionado con aparente frialdad a la muerte de su mujer a quien yo apenas conocía. "Lo siento mucho" le dije al Sr. F. "Yo más lo siento por ella" me respondió a su manera, acelerada y nerviosa, parecida a un cortocircuito. A los pocos días apareció junto a otra mujer, viuda, que formaba parte del grupo de amistades, todos jubilados. F. era un hombrecito delgado y muy activo, le apasionaba viajar, realizar largas caminatas. No fumaba ni bebía. Casi dos años de amistad con su nueva compañera a la que colmaba de atenciones. El último mes sufrió cólicos a diario. Sentía al parecer cierta aprensión hacia los médicos, además siempre había gozado de buena salud. Visitó a la madre de ella en el hospital, comentó al doctor esa urgente necesidad de acudir al lavabo que sufría últimamente y se lo quedaron para algunas pruebas. Permaneció ocho días, intranquilo por salir, los cólicos habían remitido un poco. El viernes doce por la tarde conversaba animadamente con sus visitantes. El domingo asistí a su funeral, breve porque el cura tenía prisa. "Estamos todos pendientes de un hilo" me comentó un amigo suyo, asustado.

A JNC lo han enterrado hoy. La última vez que lo vi yo era un niño. Recuerdo que nuestra chacha se mofaba de él porque era bastante amanerado. Creo que sí, que se dirigía a mi tía -que era a su vez su tía- con bastantes alharacas. Vivió su vida en la gran ciudad, en aparente discreción. Intento averiguar algo pero mi tío ya está muy viejo: "Fíjate tenía las mismas iniciales que yo, JNC" me dice. "Los jóvenes se van, los decrépitos permanecemos", sentencia, más lúcido. Relativamente joven, JNC tenía 59. No tenía edad para morir. Recurro a mamá con la que me atrevo a preguntar más. "¿De qué trabajaba?". No lo sabe y me responde con lo primero que se le ocurre. Yo soy más curioso que ella. Al parecer JNC ocultó a su madre la enfermedad hasta el último momento. Se ha marchado intentando causar el menor dolor posible.

Esta tarde discutí un poco con Jota porque pretendía que su suegra -que no es su suegra sino la madre del otro Jota con el que convive sin tocarse- hace mejor los dulces típicos de Todos los Santos que mi tía Leo. Me irrita su falta de objetividad hacia las personas por las que siente afecto. Mi tía los elabora variados, de chocolate, café, piñones... Se gasta un dineral en la materia prima, los presenta en papel de celofán plateado, los regala a la familia y también a su médico, cuidadosamente envueltos, con una tarjeta firmada y con unas palabras de agradecimiento. ¿Cómo van a ser mejores los de una vieja provinciana que los hace apenas con las almendras que recogen sus parientes de sus propios árboles?. Claro que habíamos bebido un poco. El bastante más. Pero qué gracia, qué discusión tan banal, cuando todas nuestras vidas penden de un hilo.