Sunday, February 25, 2007

La herencia


"No nos hagamos ilusiones sobre la fraternidad del hombre: la evoca cada hombre de acuerdo con sus circunstancias". (Ronald LAING)

Pasaban unos días de descanso junto al mar. Un día salieron sin rumbo fijo. Tomarían la carretera larga y rectilínea que perfuman los naranjos en flor o la que serpentea por la colina desnuda. No lo sé. Sé que ese día por azar descubrieron la aldea semioculta, entre almendros y campos de olivos. Y me consta que les gustó.

Tropezaron con X. Les habló de mí. Una mañana en el bar un hombre alto y de porte distinguido, con las sienes plateadas, se dirigió hacia mí con una sonrisa de complicidad. -¿Tú eres J.?. Otro día me presentó a su amigo suizo. Una pareja común dentro de la excepción, pensé. Una relación de madurez, íntima amistad libre de pasiones. Pero era asunto de ellos, claro.

El marqués y su amigo regresaron a Suiza, yo a Praga. Supe por X. que de vez en cuando reaparecían para formalizar la compra de casas en ruinas que les había estado buscando. Por teléfono el marqués me puso al corriente de sus proyectos: estaba a punto de prejubilarse, venderían la mansión próxima a Ginebra y se instalarían en el pueblo una vez reconstruídas las casas parte de las cuales se destinaría a turismo rural.

En mi casa, en el pueblo, se instaló G.G. Y también en mi cabeza.

Y en la cabeza poco privilegiada de X., aunque lo negase aprovechándose de mi situación en la lejanía. Llamé al marqués para decirle que X. era un saco deforme de grasa. El marqués mantuvo una exquisita neutralidad. "Además tu relación con G.G. no la entiendo". Me daba igual. La entendía Christian con quien compartía apartamento en Praga. El me hablaba con nostalgia de la amiga que había dejado en su país, yo lo mareaba a diario sobre G.G., paisano suyo. "Hoy por teléfono G.G. me ha confesado que me necesitará durante toda su vida" le decía, exultante. -"¿Y tú te lo crees?". Yo me deslizaba hacia su cama y le respondía que esas palabras me colmaban de felicidad, que no deseaba oír otra cosa, pero creer, lo que se dice creer de verdad, que sólo creía en lo que tenía entre mis manos en aquellos precisos instantes. En mis manos camino de mi boca.

Algunos meses más tarde se supo en el pueblo que el marqués había muerto repentinamente en su casa víctima de un infarto masivo. Poco después su amigo suizo iniciaba un incierto combate contre una grave enfermedad.

Coincidí algunas veces con el suizo en el bar del pueblo. Tragaba alcohol, se reía, hablaba aceleradamente: estaba ya completamente restablecido, seguiría adelante con los proyectos iniciados junto a su compañero en vida de éste. Desaparecía. X. lo acaparaba, lo mantenía alejado de posibles amistades, le buscaba más casas en ruinas. Tendría sus dudas sobre si el final estaba próximo o no, en todo caso olía el dinero.

Durante uno de sus viajes de regreso al pueblo el suizo se sintió mal. Del hotel al hospital. En cuestión de unas horas expiró. Fue incinerado. X. se empeñó en llevarse la urna con los restos. Esta permaneció un tiempo en el piso de una habitación repleta de trastos, entre la suciedad. A la mujer de X. le provocaba cierta aprensión tener que ver la urna en un lugar próximo, a la suciedad era indiferente. Poco antes del funeral, ante la llegada de algún familiar, adecentaron la habitación y colocaron algunas velas junto a la urna. Las cenizas fueron esparcidas por el monte. Para X. la espera por conocer la decisión judicial sobre la herencia resultó larga, tensa y agitada.

Finalmente, por lo que se dijo, no había nada para heredar.

Monday, February 19, 2007

1893 - De Sofía a Chicago y regreso. II - El Broadway Central Hotel.



Aleko Konstantínov: "Tendréis curiosidad por conocer con quienes compartíamos mesa y haceros así una idea del mundo abigarrado de pasajeros. El vecino del doctor es un español, procurador de la Corte de Casación de Madrid, enemigo jurado de Lombroso y Montegazza, pero de toda evidencia un excelente jurista. Me ha prometido que me enviará sus obras. Sólo habla español pero siendo de mi mismo oficio, nos comprendemos bien pronto. En el curso de los dos últimos meses tuvo que requerir por dos veces la pena capital y le afectó tanto que su voz temblaba todavía mientras me hablaba. Acudía ahora a América para huir de sus pensamientos".

El Castor: Sí, Estados Unidos es un lugar apropiado para olvidarse de la pena de muerte. ¿Algo más sobre la travesía?

A.K.: "Cada día a las siete de la mañana con el sonido de la campana se invitaba a los pasajeros a tomar café en el comedor. Resultaba difícil mantener el equilibrio, solías ver a otros pasajeros en posiciones cómicas. A veces el navío se inclinaba tanto que tan pronto veías sólo cielo como sólo mar. Como un titán comprometido en una lucha a muerte contra las olas, desencadenadas y furiosas. Durante los tres primeros días de travesía las tres cuartas partes de los pasajeros sucumbieron al mal del mar y algunos no se restablecieron hasta el último día cuando divisamos la costa norteamericana".

El Castor: Quizá el populacho, más sufrido, resistiría mejor los mareos, contando que no fueran el blanco de sus desahogos estomacales.

A.K.: "Sor Clemencia, una de las monjas polacas, sobrellevaba las consecuencias del mal del mar peor que las otras. Tumbada de la mañana a la noche en una hamaca, distribuía, con los ojos semicerrados, imperceptibles y celestes sonrisas, colmada por la tierna solicitud de las otras hermanas que permanecían a su lado. Yo tenía la impresión de que sor Clemencia coqueteaba con su malestar pues no sabría explicar de otro modo esos suspiros, esas encantadoras sonrisas de celeste dulzura".

El Castor: Creo que sí que se pueden explicar de otro modo pero siga, estoy un poco cansado, a este paso nunca llegaremos a Nueva York...


A.K.: "Sábado. Ultimo día de nuestra travesía. Levantados antes del alba, contemplamos el océano en calma, el cielo puro y tuvimos por primera vez el placer de asistir a un espectáculo majestuoso: la salida del sol. Binoculares en ristre cada uno quería ser el primero en descubrir América. De pronto nuestro amigo el doctor con voz solemne y en la mejor tradición histórica gritó señalando con la derecha "Terra! Terra!. En efecto, la costa baja y alargada de Long Island se nos apareció en el horizonte".

El Castor: Quedó usted cautivado por el inmenso puerto repleto de transatlánticos y navíos y un poco decepcionado por la estatua de la libertad, nada asombrosa en comparación con la Torre Eiffel según sus propias palabras. Debería usted evitar las comparaciones, amigo. Bien, en la aduana usted y sus amigos se enojaron mucho porque los agentes no sabían dónde estaba Bulgaria...


A.K.: "Por esta razón, sólo llegar, el doctor empezó a detestar a los americanos. Nos fue designado el Broadway Central Hotel. Un empleado del hotel con un gesto nos hizo subir a un cab, cerró la portezuela y nos despidió con un all right. Durante todo el recorrido hasta el hotel nos fue imposible ver un solo techo. Podía contar hasta siete pisos, luego la mirada se me nublaba y no podía seguir. Una vez llegados al hotel varios negros se hicieron cargo de nuestro ligerísimo equipaje y nos hicieron señal para que les siguiéramos. En el vestíbulo vimos una inmensa sala de mármol, iluminada por numerosas lámparas eléctricas. A la derecha, un verdadero ministerio: la administración. A la izquierda unos ascensores en perpetuo movimiento. Unos negros en uniforme nos observaban con irónica gravedad. Es cierto que no había necesidad de decir que no éramos americanos. Nos sentimos un poco incómodos, uno de mis amigos murmuró que tenía que haber un error. Mostramos nuestros bonos al recepcionista, nos dió a cada uno una llave con el número de la habitación, le hizo una señal a un negro y otra a nosotros rogando que lo siguiéramos. Penetramos en un espacio reducido y sombrío que se despegó del suelo y empezamos a subir. El ronroneo de la máquina cesó, la puertecita se abrió y nos encontramos en un corredor espacioso, recubierto por una moqueta digna de un palacio. Reinaba un absoluto silencio. Nos deslizamos con sigilo por el tapizado guiados por nuestro negro. Después de haber recorrido varios pasillos nos detuvimos cada uno delante de una puerta. El negro soltó el equipaje y desapareció en silencio. ¿Qué debíamos hacer entonces?. Nos reunimos en una de las habitaciones, más bien buscando adivinar que no leer el reglamento suspendido detrás de la puerta. Comprendimos que en una hora podíamos ir a almorzar. Es precisamente lo que necesitábamos."

"Teníamos que saber el camino para descender y encontrar el restaurante. Lo mejor sería buscar una escalera y preguntar. Es lo que hicimos ante el asombro de las camareras de habitación, todas invariablemente feas, que nos encontrábamos en cada planta y que no entendían como habiendo tantos ascensores insistíamos en bajar por las escaleras. Una vez en el hall los empleados, ante la imposibilidad de entenderse con nosotros, recurrieron a un pequeño judío que nos inundó en francés con tantas palabras que seguramente un americano no llegará a pronunciar en tal cantidad en todo un trayecto entre Nueva York y San Francisco. Sin embargo no sabía exactamente donde estaba Bulgaria. Nos llevó al restaurante en la segunda planta, nos sentó en la primera mesa libre, nos deseó buen apetito y, antes de retirarse, quedó a nuestra disposición. Una vez solos permanecimos un momento mirándonos en silencio. Un centenar de personas tomaba su almuerzo a nuestro alrededor en la inmensa sala de columnas de mármol, espejos y lámparas eléctricas. ¿Cómo era posible que no se oyera el menor ruido?. Una veintena de negros en uniforme servía en silencio. Nos parecía haber penetrado en un mundo irreal: ¿era el cielo o el paraíso? ¿Pero qué venían a hacer en el paraíso todos esos diablos negros?".

"Un negro inmenso, más imponente que Bismarck, se acercó a nuestra mesa con un lápiz en una mano y una libreta en otra. Hizo un par de garabatos en la libreta y de pronto surgieron dos negros más. El primero puso la carta sobre la mesa, el segundo tres vasos de agua helada, luego se retiraron. Nosotros nos intercambiamos las miradas. El doctor tomó su vaso moviéndolo con aire indeciso luego murmuró: -Vosotros tenéis hambre, yo tengo sed... - Bebió agua fría en ayunas. La carta enumeraba al menos trescientos platos pero no entendíamos ni gota. Podíamos discernir algunos potajes, el roastbeef, los beefsteacks y los postres. El negro nos observaba y viendo que sin duda no éramos americanos se ofreció a confeccionar nuestro menú. Fueron las primeras palabras que entendimos y esta sorprendente amabilidad por parte de un americano nos
dio un gran placer. Dimos nuestra conformidad, el negro se inclinó y desapareció. Uno de los camareros viendo el vaso vacío del doctor se precipitó a llenarlo con una sonrisa imperceptible. Instantes más tarde el hombre regresó para servirnos unos trozos de melón con una cuchara. Más tarde el negro regresó para preguntarnos si queríamos té o café. Empezábamos por el final, esas costumbres insólitas eran las del Nuevo Mundo. Luego nuestro hombre se fue hacia una mesa y regresó cargado de cuchillos, tenedores y cucharas, al menos una decena para cada uno. ¿Todo eso por un café? nos preguntamos. Comenzamos a alarmarnos seriamente. Pero cuando ese diablo empezó a traer gran cantidad de pescados, carnes, salchichas, ensaladas, pasteles, sorbetes y frutas no pudimos evitar reirnos a carcajadas. Esos americanos eran de verdad inenarrables. Los negros se retiraron respetuosamente y nos observaron, esperando seguro ver a esos salvajes europeos comer bananas con pescado y ensalada con dulces."

Wednesday, February 14, 2007

Año 1893 - De Sofía a Chicago y regreso. (I) LA TOURAINE.


Hace algunos años paseando por un mercadillo de Sofía descubrí un pequeño libro en francés y con un título que llamó mi atención: "Viaje a Chicago y regreso". Su autor, un tal Aleko Konstantínov. Vi la fecha de edición (1967), me pareció suficientemente viejo y lo adquirí. En realidad se trataba de una reedición: lo que el autor contaba era un viaje a Chicago para asistir a la célebre Exposición Universal que tuvo lugar en esa ciudad en 1893, a finales del siglo XIX.

A continuación me decido a hablar con ese señor aunque él no me va a responder nada. El se dirige a mí como lector suyo que soy pero lo que conteste yo, aún estándole consagrado, no le concierne. De hecho hace más de un siglo que nada le atañe.

Konstantínov fue de los primeros búlgaros en viajar a América y el primero en contarlo a sus conciudadanos. Es un autor conocido en su país y muy dado a la ironía. Parece que en su muerte, a los 34 años de edad, ésta tampoco faltó. El asesino lo confundió con quién iba sentado a su lado en el auto, un ministro de la época.



A.K.:(En tren de Sofía a París y Le Havre) "Atravesamos Serbia de noche y, naturalmente, no vimos nada. Pero si hubiésemos pasado en pleno día tampoco nos hubiésemos perdido gran cosa. En Austria nos tropezamos con la chusma de empleados del ferrocarril, ávidos de vino, prestos a todas las bajezas para resultar agradables y obtener algunas monedas. Entre ellos se veían individuos de faz judaica, especialmente repulsivos."

El Castor: Vaya, empezó usted bien... Usted era un hombre razonable, un joven abogado que escribía artículos en la prensa. Un burgués con inquietudes sociales, digamos. Es que el antisemitismo ¿era tan común en su época?. Respecto a los serbios ya sé, no eran ustedes amigos por aquél entonces. Pero siga por favor.


A.K.:"En París supimos que era el paquebote La Touraine el que nos conduciría hasta el Nuevo Mundo. Los navíos de la Compagnie Genérale Transatlantique han merecido sobradamente el calificativo de palacios flotantes y La Touraine es el más grande, el más lujoso y al mismo tiempo el más caro. Ardíamos ya de impaciencia y la noticia de que íbamos a viajar en ese palacio nos perturbaba completamente el espíritu".

El Castor:Oh, el mítico Touraine (ver foto), el quinto mayor transatlántico del mundo y la joya de la compañía francesa. Bien. De París al puerto de Le Havre ¿no?


A.K.:"El tren especial de la Compañía nos condujo en nueve horas y media a Le Havre. Esperamos dos horas enteras en la estación. Los trenes llegaban, partían y a cada pitido de silbato el corazón se nos encogía. Una media hora antes de la salida los viajeros para el Nuevo Mundo empezaron a afluir, uno tras otro, luego en grupos. Todas las naciones y todas las lenguas estaban representadas: franceses, ingleses, alemanes, italianos, españoles, polacos, rusos y un servidor. Barones y baronesas escoltados por una cohorte de criados y sirvientas, comerciantes, simples turistas, monjas y eclesiásticos, pintores, artesanos... ansiosos no sólo de ver Chicago sino de encontrar una migaja de pan más allá del Océano. Duros solteros, profesionales del celibato, auténticas florecitas del mundo parisiense que ya veían brillar en un espejismo montones de dólares. América es rica, se gana el dinero fácilmente. Observad que todos estos pasajeros eran de primera y segunda clase. En cuanto al bravo populacho, nuestros hermanos emigrantes, nos aguardaban ya instalados en el palacio."

El Castor:Es curioso, considera hermanos a los emigrantes pero su sentido de clases está muy agudizado. Bueno, así sería en su época.


A.K.:"En Le Havre nuestro tren maniobra lentamente por las callejuelas sombrías del puerto. Un enjambre de niños sucios y andrajosos se cuelgan al vagón y es tal el concierto de lamentaciones y ruegos que todos los viajeros se precipitan a las ventanas. "Unas monedas, señores, unas monedas por favor". Estos niños repulsivos se lanzaban sobre las monedas que les eran arrojadas con una rapacidad bestial, rugiendo y golpeándose. Se dice que los viajeros ingleses son los responsables de la perversión de estas miserables criaturas, se permiten por alguna moneda disfrutar de escenas abominables".

El Castor:Qué triste, y eso ocurría en Francia. Me pregunto qué no ocurriría en otras partes... ¿Sabe? El mundo ciertamente ha evolucionado aunque si le enumerara todo lo que ha ocurrido en este siglo usted no me creería. La tecnología ha evolucionado de forma increíble pero las mentes humanas mucho menos.


A.K."Estamos instalados en el paquebote Touraine. Después de haber tomado posesión de nuestra cabina, los tres salimos al puente. Un barco piloto arrastra la nariz de nuestro coloso y nos alejamos lentamente de Europa. El sábado ocho de julio de 1893, a las cuatro de la tarde. El instante es sublime".

El Castor: Viaja usted con dos amigos. Filaret, un funcionario del ministerio del interior y el doctor Tabúrnov. Creo que fue una buena idea ir junto a un médico... Les espera una semana exactamente hasta alcanzar el Nuevo Mundo. La exposición de Chicago debe ser algo muy interesante, con esa gran noria en la que caben miles de personas. Bueno, otro día ya me seguirá contando...

Monday, February 05, 2007

La casa de al lado



La llaman la casa danzante. Son Ginger y Fred bailando, así la concibió el arquitecto Frank Gehry a mediados de los noventa. Yo vi muchas veces cómo la construían en el solar del muelle que llevó el nombre de Engels pero que volvía a llamarse Rasín, enfrente del Vltava, en el lugar donde había existido un edificio neo-renacentista destruido durante la ocupación nazi. Afortunadamente en Praga muy poco se destruyó en ese período, llegaron a respetar más la arquitectura que la vida.

Durante la construcción yo vivía en el oeste de la ciudad y camino de mi trabajo cruzaba a diario el puente de Jirásek para enfilar la Resslova hacia el centro. Al atravesar el puente desviaba la mirada hacia la izquierda para admirar la imponente silueta del castillo, pasaba junto a la casa danzante en construcción y luego la parálisis del tránsito en la Resslova me permitía fijar la miraba en el muro de la iglesia ortodoxa de San Cirilo y San Metodio, los llamados santos eslavos. En el muro sólo hay un respiradero, como si fuese un buzón alargado para echar la correspondencia, que sirve para airear la cripta situada debajo del templo. En ese lugar se atrincheraron siete jóvenes resistentes que acababan de atentar contra el protector del Reich Reinhard Heydrich, el llamado "carnicero de Praga". Yo recordaba las imágenes de "Siete hombres al amanecer" (1975) la película de Lewis Gilbert sobre estos hechos históricos que tanto me impactó cuando la vi durante mi juventud. Los soldados ocupantes ante la imposibilidad de penetrar en el interior habían recurrido a un coche de bomberos e introducido las mangueras por el respiradero para llenar la cripta de agua. Antes de perecer ahogados los jóvenes se disparaban en la cabeza. A mediados de junio, aniversario de la tragedia, pasaba y veía ramos de flores depositados en el muro. En alguna ocasión, a la salida del templo, recién casados y sus invitados. Pero raramente porque la iglesia es ortodoxa y los checos no lo son, acudían a ella los escasos inmigrantes rusos o de los Balcanes.

Yo no prestaba pues mucha atención a la nueva construcción, incluso me hubiese pasado desapercibida si la prensa local no se hubiese hecho eco de la polémica que originaba entre los praguenses. Me parecía justificada la desconfianza de éstos pues durante los años del comunismo se habían erigido algunos edificios horribles que herían la estética de una urbe mimada por los arquitectos durante siglos. Todos tenían en mente al mastodonte de hierro y cristal convertido en sede del Parlamento o al inmenso y absurdo añadido perpetrado al Teatro Nacional. Creo que a ellos tampoco les acababa de convencer la muy moderna y original casa danzante. Demasiado cristal, demasiado hierro... Pero ellos y yo entendíamos que no se podía reedificar la casa del siglo XIX y que cada época tiene su estilo.

Al lado de la casa danzante, entre ésta y el edificio rosado que muestra la foto, podéis ver un doble edificio que construyó el abuelo del popular primer presidente de la restaurada democracia checa, el dramaturgo Václav Havel. A veces, de anochecida, veía una luz en el primer piso y pensaba que ahí estaría Havel, tímido y bajito, leyendo o escribiendo alguno de sus discursos radiofónicos tras su jornada de trabajo en el castillo. Yo sigo prefiriendo el edificio familiar de los Havel, con su gran puerta en forma de arco y el techo decorado con un pequeño globo de hierro. Además me digo que conservará el mobiliario de época de los abuelos. Imagino una extensa y valiosa biblioteca entre los muebles de caoba y viejas alfombras persas recubriendo el suelo de parqué. O sea que la prefiero tanto por la piedra que puedo ver como por lo que pienso que oculta.

En la foto, en la esquina, podéis ver a Fred y un poco, más allá, las curvas de cristal de Ginger. Buscando en la red podréis encontrar más fotos en las que se aprecian mejor ambos y también se ve con más precisión la originalidad del edificio, propiedad de un banco holandés. Yo he escogido ésta porque aparece en su totalidad la fachada del edificio contiguo de los Havel, también en blanco. Creo que fue tras el fallecimiento de su esposa Olga que Havel se trasladó a un chalé de una zona residencial junto a Dagmar, la joven y guapa actriz que ocupó el lugar de Olga. Sin embargo no consiguió que, como primera dama, los checos olvidaran a su inteligente predecesora.

Thursday, February 01, 2007

El eterno litigio árabe-israelí


Qué largo y complejo es el litigio árabe-israelí y con qué facilidad la gente establece derechos y culpas. Todo el mundo parece conocer la historia de ese conflicto aunque hay afirmaciones que suenan a tópicos, ideas recibidas que parecen adquirir categoría de dogmas. Ni siquiera faltan extravíos negacionistas y racistas de dirigentes de partidos democráticos. La prensa llena páginas por el asesinato de un dirigente terrorista palestino, apenas presta atención cuando millones de africanos se cortan el cuello a machetazos. ¿Qué ocurre?. ¿Qué tiene de especial el mal llamado conflicto de Oriente Próximo?.

Para unos, los palestinos fueron expulsados de sus tierras por decisión de las potencias coloniales que las entregaron a los judíos para que crearan su estado. Un modo de reparar su mala conciencia por la tragedia del Holocausto. Para los judíos la creación de Israel fue legitimada por la comunidad internacional, por decisión de la Sociedad de Naciones, y para la minoría religiosa supone además un retorno a las tierras de las que fueron expulsados en tiempos remotos. Aunque la historia del conflicto se remonte a finales del siglo XIX es ciertamente la creación del nuevo estado en 1947 la que lo desata con toda su crudeza. ¿Quién tiene razón?.

En el siglo XIX convivían en Palestina árabes, judíos y cristianos. Ellos eran los palestinos, con sus distintas confesiones religiosas. En 1860 eran 325.000 musulmanes, 31.000 cristianos y 13.000 judíos, bajo el dominio imperial otomano. Luego, tras la I Guerra Mundial estuvo Palestina bajo el poder colonial británico. A mi modo de ver parece exagerado e incorrecto considerar estas tierras, en su mayor parte desierto, como tierras pertenecientes a los árabes aunque éstos fuesen mayoría. También creo que es legítimo que el poder político (otomano primero y británico después), a pesar de su carácter colonial, decidiera sobre las inmigraciones de ambos lados como hoy cualquier estado decide sobre quién puede y quién no instalarse en su territorio.

Tampoco me parece correcto que una decisión de la Sociedad de Naciones (actual ONU) se pueda considerar como "decisión de potencias coloniales". De 56 estados 33 votaron a favor (de la creación no sólo de Israel sino también del estado palestino) y 10 se abstuvieron. Influyó sin duda en los votos afirmativos la tragedia del Holocausto, entonces muy reciente, pero también es cierto que la lucha del movimiento sionista por la creación de un estado judío había empezado cincuenta años atrás espoleada por los terribles pogroms contra los judíos en la Rusia zarista. Israel se crea después del Holocausto pero el proyecto de creación viene preparándose desde mucho antes.

Israel no fue aceptado por los árabes que recurrieron a la guerra y perdidas éstas al terrorismo. Así hasta hoy. A finales de los 40 los ejércitos de cinco países árabes, con superioridad en efectivos, armamento y aviación, atacaron a Israel. Una victoria árabe hubiera supuesto culminar el trabajo que los nazis habían dejado por hacer pero contra todo pronóstico David venció a Goliat. Los árabes perdieron tierras y se produjo una cifra muy elevada de desplazados. La llamaron la Guerra del Desastre. Segundo intento veinte años después. Esta vez son siete los países árabes que atacan a Israel. Victoria fácil israelí en la famosa Guerra de los Seis Días. David ya es Goliat. Los árabes perderán más territorios. Al tercer intento -la guerra del Yom Kippur de 1973- le pondrá final la presión internacional pero supondrá más pérdidas territoriales para los árabes. Razonablemente Egipto propondrá un tratado de paz a cambio de recuperar el Sinaí. Israel aceptará. Egipto será expulsado de la Liga Arabe y su líder Sadat asesinado.

La mayor parte del territorio colonial británico quedó en manos árabes (Jordania), parecía una solución justa el reparto de la parte menor (Palestina) entre dos estados. En todo caso el recurso a la guerra y al terrorismo me parece inaceptable, cualquier litigio debe resolverse en la mesa de negociaciones. Me temo que los extremistas de ambos lados no quieren negociar en la medida en que negociar significa ceder. Me temo que los extremistas son mayoría entre los árabes palestinos. La paz está muy lejos y, desgraciadamente, el goteo de víctimas inocentes en ambos lados no va a cesar.