Saturday, June 28, 2008

Deseo de Estambul


En noviembre se cumplirán veinte años de mi viaje a Turquía. Era una buena época en lo personal porque disponía al fin de un trabajo estable que me satisfacía. Ya conocía bastante bien mi propio país y una parte considerable de una Europa aún dividida. En verano habia cruzado el Telón de Acero, algo muy esperado que me había impactado vivamente. Digería Auschwitz, Berlín, Cracovia y Praga cuando, en otoño, se presentó la ocasión de descubrir otro mundo distinto y fascinante.

La memoria se va diluyendo. Son escasos los recuerdos de Ankara, una ciudad de funcionarios. Las chicas del grupo, desde el vetusto autocar, saludaban con desparpajo a un grupo de soldados que ensayaba un desfile. Miraban, perdían el paso, la formación degeneró en cuestión de segundos en un divertido caos. Aunque la figura de Atatürk me resultaba favorable, su nombre era constantemente repetido por los guías y su mausoleo me pareció también un lugar excesivo. Escasean en mi memoria las imágenes del llamado paisaje lunar de la Capadocia. Creo que llegamos cansados por el trayecto largo y monótono, además las bellezas naturales me conmueven menos que aquellas obra de la mano del hombre. Estaríamos poco en Esmirna, recuerdo vagamente una hermosa bahía, un gran puerto y gente muy amable. Finalmente, claro, estuvimos en Estambul.

¡Oh, Estambul, nos ofrecía tanto para tan pocos días!. Esa fascinante mezcla de Oriente y Occidente... decía a mi regreso a quien se interesaba por mi viaje. Su emplazamiento de excepcional belleza entre mares, los omnipresentes vendedores callejeros, el suntuoso palacio de Töpkapi, la impresionante basílica y mezquita, el muy evocador Gran Bazar... Nos parecía imposible cenar por poco dinero en el mítico hotel Pera Palas (en la foto, el comedor), si no recuerdo mal nos limitamos a un plato de spaghetti. Qué pena, con el apetito que teníamos, porque la cuenta tal como nos habían dicho resultó más que aceptable. Era el hotel en el que se había alojado Agatha Christie durante sus estancias en la ciudad. Entre muchos otros personajes, claro.

Deseo volver a Estambul. Encontraré una ciudad más moderna, lo sé, más occidental. Recordaré la anécdota que me contó Antonio, mi amigo de Hawaii, sobre lo que le ocurrió en el cuarto de los útiles de limpieza de Santa Sofía, a oscuras. Sus gemidos eran de dolor. Se había clavado algo metálico en un pie. El limpiador seguía,
pensaba que los gemidos eran de placer. ¿Acaso no resulta una audacia encantadora atender esa urgencia del deseo en esa grandiosa basílica, madre de todas las catedrales?