Friday, September 28, 2007

Pies negros


Me advierte un colega que el grupo de turistas franceses que debo atender son pieds-noirs. Me presento al chófer del grupo y lo primero que hace es susurrarme al oído: "Ils sont des pieds-noirs". Con mucha delicadeza inicia algunas frases que no termina, vacilando, dándome a entender. Le respondo que ok y sonrío. En realidad sé poco sobre los pieds-noirs. Las advertencias se agradecen y me crean un buen misterio hacia estas personas. Poco después hablando con ellos descubro que muchos son de ascendencia española, se apellidan Gómez, Jiménez... Una señora recuerda que su abuela hablaba ladino. Están felices por pasar unos días en España. Qué tremendo y qué misterioso, me parece apasionante.

Me reprocho ignorar los detalles de su historia, precisamente yo que soy aficionado a las convulsiones europeas del siglo XX. Me pregunto porqué los medios de comunicación españoles les han prestado tan poca atención, ni siquiera hacia el pequeño contingente que prefirió Alicante a Marsella. En España casi nadie sabe de sus peripecias. Sé vagamente sobre la Guerra de Argelia por las memorias de mi escritora favorita pero mejor olvidar por unas horas: Simone de Beauvoir se opuso con firmeza a la Guerra, luchó en favor de la descolonización. Muestro interés y ellos mismos me cuentan algo en brevísimas conversaciones en privado. "Lo que sucedió fue terrible, la guerra fue muy cruel. De hecho toda guerra lo es" me confiesa un señor apacible, de origen español aunque su aspecto físico lo denote menos que en otros del grupo. En el 62, tenía él 28 años. Sé también del resentimiento hacia los árabes, hacia el propio De Gaulle y hacia la izquierda francesa de la época. Está bien que me advirtiesen pero para aludir a esos temas tendría que haberme salido muy mucho del guión. Sí me fue útil para autorizarme alguna complicidad:
"El barrio de la catedral que vamos a visitar está bastante degradado, tengan un cierto cuidado con sus pertenencias."
-¿Hay muchos gitanos?
-Sí. Y paquistanís y magrebís.
(Entonces no me reí pero ahora sí me río de lo que dije...)

De regreso a casa me lanzo a buscar mayor información sobre mis amigos pieds-noirs. Hubo matanzas. Un millón de personas tuvieron que abandonar precipitadamente la colonia francesa bajo serias amenazas. Tuvieron que dejarlo todo: casas, negocios, pertenencias personales... Familias enteras, aterrorizadas, en los muelles esperando algún buque hacia la metrópolis. Una vez repatriados durmiendo como parias en las calles de Marsella, rechazados por sus conciudadanos, esperando alguna caridad oficial del gobierno que entendían les había traicionado. Les obligaron a abandonar su propio país, donde habían nacido ellos y sus padres, donde se habían instalado sus abuelos procedentes de Alsacia, Mahón y otros lugares de España y de Francia. Y con ellos los judíos sefarditas con presencia secular en la zona, mucho antes de la colonización de 1.830. En Orán la mitad de habitantes era europea. Alguien ha escrito que en aquella época era una ciudad bastante limpia y próspera, se parecía a ciudades de la otra orilla del Mediterráneo. Ahora está sucia y se parece a Kabul.

Saturday, September 01, 2007

La visita del rey Midas


Llama para decirme que vendrá dos o tres días, me pregunta si me encuentro más cerca de Madrid o de Barcelona. Vuelve a llamar barajando los nombres de dos hoteles de lujo, le recomiendo el más céntrico. Mantenemos relaciones comerciales y de amistad desde hace tiempo, desde mis años dorados en Praga.
-¿Vienes con tu mujer?.
-No, vengo con una amiga. Ya te contaré.
Lo siento por D., su mujer. Siempre fue agradable conmigo y parecía formar con él una pareja ideal. Además era de una belleza perfecta, la media melena dorada recogida por atrás con gracia, los ojos celestes. Una belleza eslava pero con la discreción y naturalidad de las checas.

Aguardo impaciente en la penumbra del vestíbulo del antiguo palacete modernista del Paseo de Gracia reconvertido en hotel gran lujo. Aparece él visiblemente más delgado, conserva el pelo, jeans y camiseta de diesel, muy juvenil. Apenas unas arrugas junto a los ojos delatan que está ya en la cuarentena. Ella es una copia de su mujer pero una copia de diecinueve años. Les sugiero descubrir la ciudad en el bus turístico y luego un paseo en golondrina por el mar. Llueve, se precipitan a las tiendas lujosas que apenas les inspiran para el centro comercial que él va a construir en su país para que ella se entretenga. Un negocio más, me digo, para esta especie de rey Midas que todo lo que toca lo convierte en oro. Ciertamente, y como no podría ser de otro modo en alguien de un país de la antigua órbita soviética, es un nuevo rico y como tal bajo sospecha. Pero a diferencia de la mayoría de esos países en la antigua Checoslovaquia no existen mafias.

Les comento sin entusiasmo sobre Barcelona. Nací muy cerca, la descubrí muy pronto cuando mamá me llevaba en el tren y nos daba la bienvenida a la gran ciudad, encima de los andenes, un paseo con columnas también subterráneo flanqueado por pequeños comercios y un cine. Les muestro pues lo que en cierta medida puede considerarse como mi ciudad. Demasiado cemento, apenas árboles. Demasiados coches y polución, exceso de humanidad de todos los orígenes. La monótona cuadrícula del Ensanche, todas las calles y las casas se parecen. El bus recorre también la llamada zona alta, los barrios elegantes de la zona más alejada del mar. A mi amigo no le parecen gran cosa. Recuerdo la tendencia de los barceloneses que viven ahí a precisar a los demás sobre la zona de la ciudad en la que viven, sin que se les haya preguntado. A mí tampoco me sugieren nada especial, casas y apartamentos exageradamente caros, nada más.

En realidad mi ciudad es su ciudad. Hablo de Praga con nostagia: los perfiles de los edificios de la Ciudad Vieja, el puente de piedra sobre el Vltava, las cúpulas nevadas de iglesias vacías, la música de Mahler, la de los violines de los cíngaros en la casita de madera bajo el puente de la muerte... Recordamos nuestra ciudad en la mesa de restaurantes que me ha costado encontrar. Le parezco en Barcelona tan extranjero como él mismo, por eso me pregunta si deseo volver a Praga. Le respondo vacilante con una simple negativa, si mi nivel de checo no se hubiese oxidado durante estos últimos años de exilio le diría lo que ya escribí en este blog: que podemos volver a los lugares en los que hemos sido felices pero no a sus momentos. Entonces me propone un negocio importante en el lugar de España que yo elija.

Durante los años dorados de Praga hice amistad con el barón belga M.v.P. Hablé de él en mis primeros posts de este blog. Yo estaba seguro de que el barón tendría éxito en sus negocios, algunos los compartiríamos, y de que seríamos siempre amigos. Además nunca deseé nada tanto. En cambio fui escéptico ante los proyectos de este amigo -por entonces sólo un conocido con el que me unían simples tratos comerciales- hasta que los fui viendo realidad con mis propios ojos. Años después no es el misterioso barón el que viene a rescatarme del sopor provinciano, de mi condición de extranjero en casa. No hay proyectos en cena a la luz de las velas servida por muchachos con poca cabeza seleccionados por teléfono al patrón el día anterior. No es el barón el que aparece, ni va a aparecer por mucho que me empeñe: se precipitó a su tumba una lejana noche de invierno. Es este rey Midas con esa muchacha que reconoce alegremente que en su casa la llaman barbie. No sé si es el destino que se burla de mí, quizá no. Salvo, claro, que un día de estos me llame ella para comunicarme que se encontró el cuerpo sin vida de nuestro amigo, en una ciénaga junto a su castillo.