Saturday, March 28, 2009

Mehmet


Han transcurrido veinte años pero aún recuerdo su nombre, Mehmet. Permaneció todos los días en el asiento trasero del autocar, solitario y aburrido. Lo veíamos a menudo dormitar. El se ocupó durante nuestro recorrido por Turquía de los equipajes, de subir y bajar las maletas del grupo en cada hotel y aeropuerto. Era bastante joven, poco agraciado pero simpático. Sólo hablaba turco por tanto no podíamos romper su sopor durante los largos recorridos por precarias carreteras: de Estambul a Ankara, de Ankara a la Capadocia, luego Esmirna y de nuevo Estambul.

El día de nuestra despedida recogimos propinas para él y el guía. No sé porqué razón se contaron las cantidades obtenidas y nuestra sorpresa fue que estábamos dando una cantidad más elevada a Mehmet que al guía correo que se había devanado los sesos para contarnos, en un correcto español, historia, arquitectura, tradiciones y mucho más del país que visitábamos. Probablemente es que algunos habíamos sentido cierta compasión hacia Mehmet, por la dureza de la tarea de ocuparse de unos equipajes cada vez más pesados, por su impuesta soledad y porque debía dormir por las noches dentro del autocar y no en las confortables habitaciones de los hoteles como los demás.

Algunos miembros del grupo alzaron la voz para poner orden al desaguisado de las propinas. No podía ser que premiásemos a este pobre hombre en detrimento del culto, paciente y esforzado guía. Entonces alguien propuso un reparto equitativo del dinero. No, tampoco les pareció una solución justa. Aunque recibiera la parte menor se trataba de una buena cantidad y Mehmet estaría más que satisfecho. Así se decidió finalmente, imponiéndose el criterio clasista de unos cuantos junto a la indiferencia de otros.

Este incidente -en realidad una discusión, un desacuerdo que no condujo a ningún enfado- me viene a la memoria leyendo "Estambul: ciudad y recuerdos" de Orhan Pamuk. Asocia Pamuk a Estambul con la amargura, algo -añade- que los estambulíes han escogido libremente. Yo no hubiera asociado a este pueblo con la amargura. No la percibió un viajero ilustre como Gérard de Nerval aunque por entonces Estambul era aún la gran ciudad de un imperio. Es que sostiene Pamuk que el origen de la amargura colectiva de los estambulíes está en la pobreza y la sensación de derrota y de pérdida. Quizá tenga razón, no lo sé, no olvidemos que en su época de máximo esplendor el Imperio Otomano se expandía por tres continentes. Y en cuanto a la pobreza era visible en 1988 y seguirá habiendo Mehmets hoy y mañana, más o menos como en todas partes.