Sunday, August 30, 2009

Cita en Punta del Este (I) - ficción



Conservaba el lóbrego apartamento materno de River, una escueta pensión y poco más. Bueno, también muchos recuerdos de los viejos tiempos: fiestas familiares, hábiles negocios, la amistad de la flor y nata de Belgrano... Se decía a sí mismo que a un hombre se le puede quitar todo excepto su pasado y se aferraba a él con más orgullo que nostalgia.

Admitía dos tremendos errores en su vida: insistir a su hijo en casarse y abandonar a su mujer por otra. Decisiones lejanas, separadas en el tiempo pero relacionadas entre sí que tenían mucho que ver con su actual soledad y precariedad económica. El fracaso del matrimonio de Marcos supuso su marcha a Europa; su esposa entendió que debía estar también al lado del hijo y decidió pasar temporadas allí, en una de sus largas ausencias él conoció a Maribel... Admitía esos errores pero se lo reprochaba poco en la medida en que en su momento había tomado sus decisiones con absoluto convencimiento. ¿Porqué Marcos no iba a casarse con esa dulce muchacha de buena familia que lo adoraba?. ¿Porque lo desaconsejase el doctor Feher?. Si su mujer había decidido pasar largas temporadas fuera ¿porqué iba él a renunciar al amor de otra mujer, además más joven y más bella?. ¿Porque el doctor Feher le advirtiera que esa mujer no le convenía?. ¿Qué se creía ese viejo judío para entrometerse en sus vidas?. ¿Acaso no le bastaba la plata que dejaban en su consulta de avenida Cabildo las histéricas mal casadas y aburridas de media ciudad?.

A medida que había transcurrido el tiempo, que la dura realidad se había impuesto -Maribel se quedó con la amplia casa de River y el apartamento de Punta del Este, tras saquear la cuenta bancaria-, su intriga hacia ese enigmático doctor en psiquiatría había ido en aumento. Además sólo en contadas ocasiones había coincidido con él: se habían saludado en alguna cena multitudinaria o en la tribuna de River Plate. Tampoco apenas conocía a Marcos o a Maribel que sólo había acudido alguna vez a la consulta por un problema de insomnio. ¿Cómo pudo predecir lo que sucedería?. Si tan convencido estaba de los desastres que se cernían ¿porqué no le llamó para hablar personalmente con él en lugar de limitarse a breves advertencias a través de terceros?.

Años después en el edificio de Cabildo supo que el doctor se había retirado a algún lugar de Punta del Este. No consiguió dirección ni teléfono de contacto. Tampoco las escasas amistades que conservaba de los viejos tiempos pudieron ayudarle en este sentido. Preguntar por el doctor se convertió en un hábito casi obsesivo. Se decía a sí mismo que no deseaba morirse sin obtener del doctor respuestas a las numerosas preguntas que se hacía sobre el comportamiento indigno de Maribel. Lo de su hijo le intrigaba mucho menos. Algo había leído sobre la homosexualidad y estaba resignado.

Al fin, un feliz día un amigo le dio una valiosa información. Había coincidido casualmente con el doctor y su esposa en los baños del Conrad, en Punta del Este, y le informó sobre su interés por dialogar con él. El doctor se excusó alegando que no tenía previsto viajar a Buenos Aires pero le facilitó las fechas previstas de sus futuras estancias en el balneario. "A pacientes, después de cuarenta años ejerciendo, ya no recibo pero con las víctimas de mis pacientes me siento un poco en deuda. Con gusto le invitaré a cenar en el restaurante del Conrad (foto)".

Saturday, August 01, 2009

El doctor de Sofía Carlota


A la bella Sofía Carlota de Baviera, hermana menor de la célebre emperatriz Sissi, le concertaron un buen matrimonio con su primo el muy apuesto Luis II, futuro rey de Baviera. Pese al interés familiar el noviazgo no prosperó. ¿No os dáis cuenta de que no me quiere? dijo la desconsolada joven a sus padres quienes no tardarían en arrojarla a los brazos de otro buen partido, el nieto del rey de Francia.

Tanto Sofía Carlota como Luis II tuvieron un trágico destino. Ella murió en un incendio en París, él ahogado en extrañas circunstancias en un lago cercano a Múnich. También ambos habían sido internados por iniciativa de sus propios familiares en centros psiquiátricos. Ella por haber vivido una apasionada relación extramatrimonial y él por homosexual. En la época -finales del siglo XIX- tanto la mujer adúltera como los homosexuales eran considerados como enfermos mentales.

Sofía Carlota permaneció algún tiempo en la clínica que el célebre psiquiatra Krafft-Ebing poseía en Graz. Había huído con su amante pero los buscaron, los separaron y a ella la ingresaron. Poco antes habían encontrado el cuerpo sin vida de Luis II en un lago junto al castillo de Berg donde acababan de internarlo. Junto a su cuerpo, el de su psiquiatra. Una hipótesis es que primero ahogó a éste y luego se suicidó.

Me da un cierto vértigo pensar que la interpretación agustiniana del sexo tuviera todavía tanta influencia social mil quinientos años después de su formulación. De hecho en ciertos sectores todavía la tiene. Lo que se contaba el locuaz San Agustín se lo sigue contando la Iglesia católica. La única finalidad del sexo es la procreación dentro del matrimonio y todas las otras actividades sexuales son pecaminosas. Para él el celibato era superior al matrimonio.

Tradicionalmente se ha considerado la sexualidad como un asunto de moral y no de fisiología o psicología. En el siglo XIX algunos médicos empiezan a considerar ciertos comportamientos sexuales como perversiones que forman parte de las enfermedades mentales; así, el médico reemplaza al sacerdote y al abogado canónico, la patología al pecado.

Krafft-Ebing, el psiquiatra de Sofía Carlota, es valorado como pionero de la sexología y por su apotación a la terminología psiquiátrica pero no dejó de ser un hombre de su tiempo, un hijo del siglo XIX. También creía que la finalidad del sexo era la procreación, el resto eran desviaciones que él se entretenía en clasificar. La masturbación era fuente de enfermedades diversas y relacionaba la pasión sexual con la epilepsia. Sólo al final de su vida pareció zafarse del fardo agustiniano y gracias en gran medida a sus propios pacientes, a perversos como Karl Heinrich Ulrichs, el primer gay que osó salir del armario en una época muy oscura. Pero esa mejor percepción de Krafft-Ebing sobre la sexualidad humana en el incipiente nuevo siglo XX parece sólo como un presagio de las grandes transformaciones en el mundo del pensamiento y de la ciencia que éste va a traer consigo