Monday, February 19, 2007

1893 - De Sofía a Chicago y regreso. II - El Broadway Central Hotel.



Aleko Konstantínov: "Tendréis curiosidad por conocer con quienes compartíamos mesa y haceros así una idea del mundo abigarrado de pasajeros. El vecino del doctor es un español, procurador de la Corte de Casación de Madrid, enemigo jurado de Lombroso y Montegazza, pero de toda evidencia un excelente jurista. Me ha prometido que me enviará sus obras. Sólo habla español pero siendo de mi mismo oficio, nos comprendemos bien pronto. En el curso de los dos últimos meses tuvo que requerir por dos veces la pena capital y le afectó tanto que su voz temblaba todavía mientras me hablaba. Acudía ahora a América para huir de sus pensamientos".

El Castor: Sí, Estados Unidos es un lugar apropiado para olvidarse de la pena de muerte. ¿Algo más sobre la travesía?

A.K.: "Cada día a las siete de la mañana con el sonido de la campana se invitaba a los pasajeros a tomar café en el comedor. Resultaba difícil mantener el equilibrio, solías ver a otros pasajeros en posiciones cómicas. A veces el navío se inclinaba tanto que tan pronto veías sólo cielo como sólo mar. Como un titán comprometido en una lucha a muerte contra las olas, desencadenadas y furiosas. Durante los tres primeros días de travesía las tres cuartas partes de los pasajeros sucumbieron al mal del mar y algunos no se restablecieron hasta el último día cuando divisamos la costa norteamericana".

El Castor: Quizá el populacho, más sufrido, resistiría mejor los mareos, contando que no fueran el blanco de sus desahogos estomacales.

A.K.: "Sor Clemencia, una de las monjas polacas, sobrellevaba las consecuencias del mal del mar peor que las otras. Tumbada de la mañana a la noche en una hamaca, distribuía, con los ojos semicerrados, imperceptibles y celestes sonrisas, colmada por la tierna solicitud de las otras hermanas que permanecían a su lado. Yo tenía la impresión de que sor Clemencia coqueteaba con su malestar pues no sabría explicar de otro modo esos suspiros, esas encantadoras sonrisas de celeste dulzura".

El Castor: Creo que sí que se pueden explicar de otro modo pero siga, estoy un poco cansado, a este paso nunca llegaremos a Nueva York...


A.K.: "Sábado. Ultimo día de nuestra travesía. Levantados antes del alba, contemplamos el océano en calma, el cielo puro y tuvimos por primera vez el placer de asistir a un espectáculo majestuoso: la salida del sol. Binoculares en ristre cada uno quería ser el primero en descubrir América. De pronto nuestro amigo el doctor con voz solemne y en la mejor tradición histórica gritó señalando con la derecha "Terra! Terra!. En efecto, la costa baja y alargada de Long Island se nos apareció en el horizonte".

El Castor: Quedó usted cautivado por el inmenso puerto repleto de transatlánticos y navíos y un poco decepcionado por la estatua de la libertad, nada asombrosa en comparación con la Torre Eiffel según sus propias palabras. Debería usted evitar las comparaciones, amigo. Bien, en la aduana usted y sus amigos se enojaron mucho porque los agentes no sabían dónde estaba Bulgaria...


A.K.: "Por esta razón, sólo llegar, el doctor empezó a detestar a los americanos. Nos fue designado el Broadway Central Hotel. Un empleado del hotel con un gesto nos hizo subir a un cab, cerró la portezuela y nos despidió con un all right. Durante todo el recorrido hasta el hotel nos fue imposible ver un solo techo. Podía contar hasta siete pisos, luego la mirada se me nublaba y no podía seguir. Una vez llegados al hotel varios negros se hicieron cargo de nuestro ligerísimo equipaje y nos hicieron señal para que les siguiéramos. En el vestíbulo vimos una inmensa sala de mármol, iluminada por numerosas lámparas eléctricas. A la derecha, un verdadero ministerio: la administración. A la izquierda unos ascensores en perpetuo movimiento. Unos negros en uniforme nos observaban con irónica gravedad. Es cierto que no había necesidad de decir que no éramos americanos. Nos sentimos un poco incómodos, uno de mis amigos murmuró que tenía que haber un error. Mostramos nuestros bonos al recepcionista, nos dió a cada uno una llave con el número de la habitación, le hizo una señal a un negro y otra a nosotros rogando que lo siguiéramos. Penetramos en un espacio reducido y sombrío que se despegó del suelo y empezamos a subir. El ronroneo de la máquina cesó, la puertecita se abrió y nos encontramos en un corredor espacioso, recubierto por una moqueta digna de un palacio. Reinaba un absoluto silencio. Nos deslizamos con sigilo por el tapizado guiados por nuestro negro. Después de haber recorrido varios pasillos nos detuvimos cada uno delante de una puerta. El negro soltó el equipaje y desapareció en silencio. ¿Qué debíamos hacer entonces?. Nos reunimos en una de las habitaciones, más bien buscando adivinar que no leer el reglamento suspendido detrás de la puerta. Comprendimos que en una hora podíamos ir a almorzar. Es precisamente lo que necesitábamos."

"Teníamos que saber el camino para descender y encontrar el restaurante. Lo mejor sería buscar una escalera y preguntar. Es lo que hicimos ante el asombro de las camareras de habitación, todas invariablemente feas, que nos encontrábamos en cada planta y que no entendían como habiendo tantos ascensores insistíamos en bajar por las escaleras. Una vez en el hall los empleados, ante la imposibilidad de entenderse con nosotros, recurrieron a un pequeño judío que nos inundó en francés con tantas palabras que seguramente un americano no llegará a pronunciar en tal cantidad en todo un trayecto entre Nueva York y San Francisco. Sin embargo no sabía exactamente donde estaba Bulgaria. Nos llevó al restaurante en la segunda planta, nos sentó en la primera mesa libre, nos deseó buen apetito y, antes de retirarse, quedó a nuestra disposición. Una vez solos permanecimos un momento mirándonos en silencio. Un centenar de personas tomaba su almuerzo a nuestro alrededor en la inmensa sala de columnas de mármol, espejos y lámparas eléctricas. ¿Cómo era posible que no se oyera el menor ruido?. Una veintena de negros en uniforme servía en silencio. Nos parecía haber penetrado en un mundo irreal: ¿era el cielo o el paraíso? ¿Pero qué venían a hacer en el paraíso todos esos diablos negros?".

"Un negro inmenso, más imponente que Bismarck, se acercó a nuestra mesa con un lápiz en una mano y una libreta en otra. Hizo un par de garabatos en la libreta y de pronto surgieron dos negros más. El primero puso la carta sobre la mesa, el segundo tres vasos de agua helada, luego se retiraron. Nosotros nos intercambiamos las miradas. El doctor tomó su vaso moviéndolo con aire indeciso luego murmuró: -Vosotros tenéis hambre, yo tengo sed... - Bebió agua fría en ayunas. La carta enumeraba al menos trescientos platos pero no entendíamos ni gota. Podíamos discernir algunos potajes, el roastbeef, los beefsteacks y los postres. El negro nos observaba y viendo que sin duda no éramos americanos se ofreció a confeccionar nuestro menú. Fueron las primeras palabras que entendimos y esta sorprendente amabilidad por parte de un americano nos
dio un gran placer. Dimos nuestra conformidad, el negro se inclinó y desapareció. Uno de los camareros viendo el vaso vacío del doctor se precipitó a llenarlo con una sonrisa imperceptible. Instantes más tarde el hombre regresó para servirnos unos trozos de melón con una cuchara. Más tarde el negro regresó para preguntarnos si queríamos té o café. Empezábamos por el final, esas costumbres insólitas eran las del Nuevo Mundo. Luego nuestro hombre se fue hacia una mesa y regresó cargado de cuchillos, tenedores y cucharas, al menos una decena para cada uno. ¿Todo eso por un café? nos preguntamos. Comenzamos a alarmarnos seriamente. Pero cuando ese diablo empezó a traer gran cantidad de pescados, carnes, salchichas, ensaladas, pasteles, sorbetes y frutas no pudimos evitar reirnos a carcajadas. Esos americanos eran de verdad inenarrables. Los negros se retiraron respetuosamente y nos observaron, esperando seguro ver a esos salvajes europeos comer bananas con pescado y ensalada con dulces."

9 Comments:

Blogger Javier Luján said...

Vaya, vaya, parece ser que a nuestro amigo le "asombro" Nueva York y al final se la metieron, bien metida. Creo que la culpa la tuvo su mirada.
Un saludo, Castor, me he divertido un buen rato.

6:16 pm  
Blogger El Castor said...

Te agradezco tan amable comentario Capitán porque creo que resulta un poco pesado mi amigo búlgaro. Pero ya que me metí en eso pues debo continuar, igual con un post más lo liquido. Saludos.

10:16 pm  
Blogger Carlos Paredes Leví said...

Por alguna razón que tiene que ver con la pereza de la gente por leer y por la incapacidad para comprender lo que leen, de algunos, pareciera como que los textos largos y por etapas tuvieran condenados a una injusta infravaloración.
A mí, me da igual, siempre que difrute de lo que leo (contigo me ocurre) pero la gente parece ir en otra dirección.
No sé, es una apreciación personal, basada en experiencias propias y ajenas. De todos modos, yo soy un defensor de que uno debe escribir lo que quiera, sin preocuparse de opiniones ajenas.
Un saludo.

5:04 pm  
Blogger El Castor said...

Carlos, es amable lo que dices y muy cierto. Además añadiría que todos estamos limitados por el escaso tiempo disponible. En mi blog me gusta recibir pocos comentarios pero de calidad, estoy encantado pues porque es exactamente lo que viene sucediendo. Algún día debería postear sobre mis rarezas.... Saludos.

7:03 pm  
Blogger Carlos Paredes Leví said...

Me temo que no comparto eso de la limitación del tiempo en el caso que nos trata. Creo que los tiros van por otra parte.
En cuanto a lo de la calidad de los comentaristas, estoy totalmente de acuerdo contigo.
Un saludo.

9:21 pm  
Blogger Alfredo said...

A mi me ha encantado el post, por divertido y entretenido, a pesar de que no he tenido tiempo para leerlo hasta ahora. Los búlgaros en N.York me recuerdan a los Louis de Funes, Sofía Loren y su Mortadella, Borat, etc... ¡Choque de culturas!

10:25 pm  
Blogger Decent Queer said...

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7:16 pm  
Blogger El Castor said...

Alfredo, sí, eso es. La obra más conocida de este escritor búlgaro es "Bai Ganiu" y en ella en cierta medida satiriza al burgués local de la época: un personaje simpático pero muy aprovechado, que recurre a todo por ejemplo por hacerse invitar a una comida. Así pues entiendo que las autoridades comunistas reeditaran la obra de Konstantínov, porque ridiculiza a la burguesía local de la época. En el relato del viaje se observa que K. era un burgués, además con tics racistas, pero tb muestra ciertos aspectos oscuros del capitalismo de la época. Saludos.

10:50 pm  
Blogger El Castor said...

This comment has been removed by the author.

10:51 pm  

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