Saturday, February 23, 2008

La inteligencia con el enemigo


"La venganza es vana pero algunos hombres no tenían lugar en el mundo que se trataba de construir" (SIMONE DE BEAUVOIR)

Tenía sólo 35 años. Era un joven talento que había pasado por la muy prestigiosa Escuela Normal de la parisiense calle de Ulm. Había escrito la primera historia del cine, algunas novelas y numerosos artículos de prensa. Era, al parecer, un lector erudito, sensible y sentimental. Robert Brasillach fue condenado a muerte tras la Liberación en enero de 1945.

"Conseguí un lugar en la tribuna de prensa; no fue una experiencia agradable. Los periodistas tomaban notas con desenvoltura, dibujaban en sus papeles, bostezaban; los abogados declamaban; los jueces ocupaban sus escaños, el presidente presidía; era una comedia, era una ceremonia: para el acusado era el momento de la verdad en el que se jugaba su vida, su muerte (...) Resistía con calma a sus acusadores y cuando se pronunció la sentencia no rechistó" (SIMONE DE BEAUVOIR)

Numerosos intelectuales de la época se movilizaron firmando una petición de clemencia redactada por los abogados. Valéry, Claudel, Cocteau y Colette, entre otros, estamparon su firma. Mauriac solicitó la gracia personalmente a De Gaulle. Camus, tras dudar, acabó accediendo. Sartre y Beauvoir se negaron.

Brasillach fue fusilado tres semanas más tarde en el castillo de Montrouge e inhumado en el cementerio parisino de Charonne. De Gaulle rehusó conceder la gracia porque "también en la literatura el talento es un título de responsabilidad y este hombre se había extraviado irremediablemente". Precisó que en su decisión no habían tenido nada que ver las inclinaciones sexuales del acusado. Brasillach no había ocultado su fascinación por los uniformados.

Extraviado irremediablemente como Céline y Drieu. Al primero, tras serle conmutada la pena de muerte, fue acusado de indignidad nacional pasando sus últimos años en el ostracismo. El segundo se suicidó. Brasillach fue un apasionado propagandista del nazismo y un tenaz antisemita. Sostuvo que los judíos franceses eran extranjeros y que había que tratarles como tales. En 1941 pidió la ejecución de los diputados comunistas. En la época de deportaciones de los judíos franceses a Drancy su odio alcanzó una dimensión inhumana. Dijo que había que separarse de todos los judíos, incluídos los menores. 11.400 judíos franceses menores de 18 años fueron exterminados en distintos campos de concentración. ¿Porqué química del alma un hombre que obtuvo inspiración en Píndaro y Sófocles de convirtió en un cabrón?, se preguntaba un articulista del Express.

"Habían hecho algo más que aceptar: habían querido la muerte de Feldman, de Cavaillès, de Politzer, de Bourla, la deportación de Yvonne Picard, de Péron, de Kaan, de Desnos; con estos amigos, muertos o moribundos era solidaria; si hubiera levantado un dedo en favor de Brasillach hubiera merecido que me escupieran en la cara" (SIMONE DE BEAUVOIR)

Sunday, February 10, 2008

El delator


Praga, invierno 2000-2001

Regresé a Praga tras cuatro años y medio de ausencia. El amigo, al que llamé en un post anterior rey Midas, me animó: tendría un despacho junto a su oficina, en un primer piso de la calle de Járkov, y dispondría de un apartamento en Na Hroude, cerca del estadio del Slavia. De las viejas amistades de los años dorados contacté sólo con unos pocos. Permanecí sólo un año, discretamente.

A diario tomaba el tranvía en la plaza de Cuba para un corto trayecto hasta la de Vrsovice, cerca de donde se encontraba el despacho, y regresaba a casa de anochecida en el mismo tranvía. El coche parmanecía durante semanas en la calle cubierto por la nieve. Era un buen coche pero me daba un poco igual. La zona se hallaba algo alejada del centro, sin turistas. Las espléndidas fachadas de los edificios modernistas ocultaban apartamentos en estado precario. En las calles adyacentes a la plaza había algunos anticuarios en los que se encontraban objetos variados y de escaso valor. Tras la caída del comunismo, con el encarecimiento de la vida, algunos, especialmente los ancianos, tuvieron que malvender joyas, porcelanas y otros objetos de cierto valor de la casa para subsistir. Había visto a muchos entrar en los anticuarios para negociar con su mercancía. Pero esa situación importaba a muy pocos. En todo caso me gustaba bastante Vrsovice por esos motivos: los anticuarios, los edificios y la tranquilidad.

En el apartamento permaneció algún tiempo Christian, al que había conocido en Budapest. Desconocía el idioma, no podía viajar a Occidente, su situación en el país no era legal y no conocía a nadie. Se pasaba los días tumbado en la cama en calzoncillos blancos contemplando vídeos musicales. Por las noches cuando yo regresaba lo invitaba a cenar. El me hablaba de la mujer que dejó en su país, yo le hablaba de mi pasión por su paisano G.G. Nos hicimos compañía en una insólita relación en que el idioma común era rudimentario por ambas partes. El había decidido depender de mí para aburrirse solemnemente. Yo combatía la náusea metiéndome en su cama.

En el despacho solía tener la breve compañía del suegro del rey Midas. Había ocupado un altísimo cargo en la televisión nacional durante el régimen comunista. Era un hombre delgado, con ojos azules, próximo a la jubilación. Las chicas de la oficina no lo querían, la familia se lo quitaba de encima. Llegaba sonriente, los ojos chispeantes por la cerveza, tomaba asiento enfrente de mí e intentaba hilvanar alguna frase en español. Me ponía un poco nervioso porque le costaba mucho y se negaba a que le ayudase pero yo apreciaba su interés por agradarme. Luego se colgaba al teléfono para hablar con viejos contactos rusos para proponer negocios que éstos no estarían en condiciones de llevar a cabo. Ojeaba el periódico Dnes sin dejar de escuchar mis conversaciones, murmuraba algo sobre el desorden del país y se despedía de mí con cierta solemnidad y un sonoro hasta mañana. A menudo nos cruzábamos: cuando él llegaba yo salía a almorzar. Se reía. Le parecía curiosa mi costumbre de acudir a un restaurante para comer. La relación era también kafkiana. De hecho los restos mortales de Kafka se hallaban en el cercano cementerio judío de Strasnice.

He mirado de nuevo el listado de los antiguos agentes del StB -la versión checa del KGB soviético- y ahí sigue apareciendo él. No puedo saber su nombre secreto porque aparecen varios más con su mismo nombre y apellido junto al respectivo alias. Diría que podría ser el tal Televisor en el caso de que no se complicasen mucho para darse el nombre de guerra. O sea que mi amigo no sólo sirvió al régimen totalitario en el control del medio de comunicación más importante e influyente del país sino que fue también uno de esos hombres invisibles que colocaron en todas las empresas, escuelas, entidades y comunidades de vecinos del estado, para obtener información sobre sus propios camaradas y, en caso que lo considerasen oportuno, para delatarlos.

Al poco tiempo de la caída del régimen (finales de 1989)la larga lista de los agentes fue ampliamente difundida y consultada con curiosidad por los checos. Ciertamente no resultaba muy favorable figurar en ella, estaban quienes habían realizado a traición el trabajo sucio de un sistema que había destruido una de las economías más prósperas de Europa, cercenado la libertad de los habitantes, expropiado y, en ocasiones, torturado y asesinado.

Pocos días atrás pregunté a Midas por su ya ex-suegro. La última vez, en Barcelona, me había dicho que bebía sin moderación, estaba hospitalizado y su hígado no iba a resistir mucho más. Me respondió, sin interés, que no sabía nada, pero que le constaba que seguía tirando. Me preguntó luego cuando iría yo de vacaciones a Praga y le contesté que quizá en primavera.

Confieso que no me parece interesante Midas, con su castillo, sus hoteles y todo lo demás. Es al antiguo agente que se autodestruye a quien quisiera oír, la voz de una élite sórdida de una época oscura definitivamente cerrada. Pero dudo mucho que quiera evocar el pasado.