Taxi al Cairo
Me queda un día y medio en el Cairo y llevo tiempo soñando con regresar al zoco de Jan El Jalili, dedicarme a pasear y a ultimar las compras en solitario. El hotel está muy alejado del centro, los taxistas merecen escasa confianza y el tráfico es caótico en esta ciudad inmensa que apenas conozco. El calor es sofocante (más de 40 grados) y el cansancio ostensible tras seis jornadas agotadoras de visitas iniciadas a la salida del sol. Los turistas no suelen aventurarse a tomar un taxi en solitario. Pero estoy en el Cairo con el tiempo limitado y no sé si volveré. Son unos diez euros del hotel al centro, me comentó el guía.
Jueves por la tarde. Eludo los taxis del hotel, me planto en la acera de la ancha carretera -de varios carriles en cada sentido- que une la metrópolis con las celebérrimas pirámides. La circulación es tremenda, la velocidad considerable. Me digo que alguno me verá y se parará en el mismo momento que un hombre, algún empleado del hotel, se me acerca por detrás jadeante y sonriente para preguntarme si preciso un taxi. ¿Adónde va?. ¿Cuánto quiere pagar?. Seis euros. No me entiende, debo repetirlo varias veces. Consigue detener un taxi pero en la otra acera. Cruza la carretera eludiendo un vehículo tras otro, habla con el taxista pero no hay acuerdo. Repite la operación con un segundo taxista. Cruzan los dos. El taxista habla inglés, me dice que seis euros es poco pero sorprendentemente da su conformidad. Me pide que no tema para cruzar, me toma de un brazo, debo realizar los mismos movimientos que él. Primero una calzada y nos subiremos a la pequeña altura en el eje que separa ambos sentidos, luego la otra calzada. El me dirá cuándo hay que empezar a correr...
El taxista es un señor de mediana edad de aspecto saludable y tez tostada que conduce un lada de los años setenta, como muchos de sus colegas en la ciudad. Si el tráfico lo permite en unos 45 minutos podemos alcanzar el centro. Desprecia lo que se vende en el zoco, conoce buenos comercios adonde llevarme pero debería decirle exactamente qué me interesa comprar. Le contesto vagamente, que no llevo una idea precisa, pero que quiero ir al zoco. Alabo la ciudad, su exotismo, las enormes mezquitas. Eso le gusta. Me pregunta cuándo quiero regresar pero le doy un horario tardío que no le conviene, lo lamenta mucho. Le emplazo a esperarme mañana junto al hotel para llevarme otra vez. Le digo que yo no fallaré, me contesta encantado que él tampoco.
Horas de paseo por Jan El Jalili bajo un calor inclemente aunque ligeramente más soportable que el de los días precedentes en el Alto Egipto. El té de flor de hibiscus o karkadé, frío, resulta reparador. El zoco animadísimo, espectacular. Me cito con un joven que ha estado mucho más que amable en una trastienda pero me resigno: no iba a superar los tres rigurosos controles situados entre la entrada del hotel y las habitaciones.
De anochecida me agobio un poco por las callejuelas de una parte del zoco en la que venden tejidos y a la que no suelen acudir los turistas. Al parecer es la hora del cierre para muchos y hay una actividad frenética de limpieza y de cargar mercancías en camionetas. Decido preguntarle a uno de los omnipresentes policías de tráfico si puede pararme un taxi. Lo hace con celeridad (otro taxi viejo y desvencijado) y recibe a cambio unas monedas del afortunado conductor. Le diré pues que le doy siete euros. Es un hombre mayor, delgado, con ojeras. Tose, parece enfermo. No conoce el hotel ni la calle. Me muestra tarjetas de varios hoteles. Afortunadamente ahí está el mío. Sólo habla árabe. Durante una hora él fuma y conduce como todos en esta ciudad: sorteando vehículos y personas. Yo fumo, observo e intento interpretar la lógica del claxon al que recurren todos los conductores para mantener un orden en el desorden. No hay semáforos, ni pasos de peatones, ni están señalizados los carriles. A veces estiro el pie hacia un freno imaginario. Aparece un niño distraído de frente, el conductor ni se inmuta, a dos palmos del auto el niño se ladea un poco y sigue tranquilo su camino. Son las once de la noche, llevamos media hora parados en medio de un gran caos circulatorio. Tengo hambre, le pregunto si conoce algún restaurante pero no puedo estar seguro de que me haya entendido. Cuando la situación mejora tuerce a la derecha, hacia una avenida comercial, animada. Me señala lo que parece un banco. Descendemos, nos aproximamos y efectivamente es un banco. Pregunta a alguien por un restaurante. Sólo hay pescado. Están ahí en la calle, junto a la puerta del restaurante, los pescados alineados en un pequeño escaparate cubierto por un cristal. El mismo nos recomienda otro donde debemos decir que acudimos de su parte. El abuelo parece cohibido, como si se tratase de un lugar lujoso pero no lo es. Es un restaurante normal, con un montón de camareros y ningún cliente. Mi amigo el taxista se encuentra tan cohibido que no habla y yo no entiendo árabe. Los camareros nos miran con curiosidad, preguntándose de dónde habrá salido semejante pareja. Yo quería comer un poco de pollo con arroz pero hay un único menú, completo. Empiezan a traer ensalada y las putas salsas de berenjena, pepino y yoghourt para mojar el pan pita que está muy seco. Tengo mucha sed, la cerveza ha de ser sin alcohol. Me sirven filetes de pollo, demasiado especiados. Al abuelo, como no ha dicho nada, le han servido el plato del menú con distintas carnes. Le digo good asintiendo con la cabeza, él responde con otro good. Pago y me deja en el hotel. Le doy los siete euros y nos despedimos con reiteradas sonrisas. Mañana a las diez me espera el taxista gordito. Le diré que me lleve a plaza Tahrir.
14 Comments:
Una magnífica narración, caballero..
Debería usted dedicarse a escribir libros de viajes ¿no se le pasó nunca por la cabeza?.
Leyéndolo, me vino a la cabeza una jornada de infernal calor paseando por Jerusalem Este, tomarme un té de menta, cómodamente sentado a la sombra , y contemplar las riadas de gente y degustando pasteles de mil y pistachos.
Un saludo.
Estimado Castor, tenés la grandiosa habilidad en transformar temerosos textos largos en veloces y excitantes lecturas.
Me gustó mucho.
Ya estás de regreso?
Coincido con el primer comentarista al pensar que ud. debería relatar sus viajes.Tiene un talento, no se si innato o adquirido, para dicha tarea.
Un texto interesante en grado superlativo. Reciba mi enhorabuena y un cordial saludo.
Esas trastiendas...
Me ha encantado el relato, me ha hecho recordar anécdotas parecidas en mi viaje a El Cairo, hace tres o cuatro años.
Es muy amable, don Carlos, pero soy consciente de mis limitaciones.
Un saludo.
Un texto largo siempre es temible más con todo lo que hay que leer por ahí y la falta de tiempo para hacerlo. Es un reto constante el de mejorar la capacidad de resumir, uno se esfuerza pero...
Saludos Juampa.
Se agradece Daniel aunque me temo que exagera... Eso sí, me esfuerzo y me exijo por eso el resultado final suele decepcionarme.
Muchos saludos. Husmearé en su blog.
Alfred, por nuestra culpa a veces meten mano al que no quiere.... jaja Bueno es un poco broma, si no buscas no pasa nada lógicamente y a menudo aunque busques tampoco pasa. Doy fe de ello, muy a pesar mío...
Saludos.
Lograr escribir un texto de manera tal que el lector pueda sentir e imaginarse con exactitud cada una de esas experiencias que estás viviendo... (sentir el calor cuando lo padeces, la sensación de sed, de hambre, etc) es virtud de unos pocos.
Es como... si yo misma hubiese estado ahí!!.
Cariños, Castor.
Laura
Un ritmo trepidante, sí señor; la narración se desliza ella sola hasta el próximo día, en el que el taxista gordo te estará esperando para llevarte a la plaza Tahrir. Mi enhorabuena.
Un saludo.
Cuanta alegría por volverlo a leer.
Es un verdadero placer leer de sus viajes otra vez.
UN saludo desde el Messi mundo.
Laura, sigue habiendo una gran diferencia. Hay que ir, hay que vivir con la ilusión de viajar. Algún día...
Saludos.
Ahí estaba esperando el taxista gordito. Poco que contar, quedé contento con las compras.
Saludos, capitán.
Placer compartido, rosarino.
Un saludo.
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