Fraternidad
Descansó apenas durante la noche en un banco del muelle, exhausto tras el largo viaje. Bajo la primera luz del amanecer caminó hacia Manhattan, con una maleta por todo equipaje. Era invierno de 1938, caía aguanieve sobre Times Square. Al atardecer cruzó el umbral del edificio del centro judío de la calle 86 para preguntar por el rabbi Langer. Apareció un hombrecito mayor, menudo y risueño, las mejillas redondeadas y rosadas bajo las sienes plateadas. El joven pronunció su nombre al mismo tiempo que le entregaba un sobre con algunas notas que a modo de recomendación había escrito un rabino de Kassa, su ciudad. Entre gestos jasídicos de alegría el rabino le hizo tomar asiento mientras otros hombres presentes se acercaban sonrientes a saludarle y a preguntarle por el viaje y los acontecimientos en la vieja Europa. El joven, cansado y atribulado, musitó algunas palabras incomprensibles para los presentes, como excusándose y mirando de soslayo al rabino que permaneció unos instantes con la mirada clavada en él, sorprendido. El rabino, intrigado, mostró la carta a los presentes, escrita en yiddish y fechada en Kaschau. ¿Kaschau?. Alguien dijo que estaba en Checoslovaquia, entonces el rabino se dirigió al joven en polaco y éste le respondió en eslovaco. Con dificultad parecieron entenderse. Tras un gesto ampuloso el rabino informó a los presentes que el inesperado visitante era un judío húngaro y todos rieron y amablemente le ofrecieron un café.
El joven descansó en la casa de rabino, próxima a la sinagoga. Tras una frugal cena a la luz de las velas -era viernes de anochecida- el rabino y su esposa le prometieron encontrar un alojamiento fijo en la casa de algún miembro de la comunidad y además proporcionarle algún trabajo. La mujer se alzó acercándose al joven, le dijo algunas palabras de aliento acariciando su corto cabello, color de lino, y se despidió. Poco después ellos también se dirigieron a sus habitaciones.
El sábado por la mañana el joven regresó al centro judío donde, al filo del mediodía, apareció el rabino con buenas noticias. Un judío húngaro, de nombre Németh, aceptaba proporcionarle una habitación en su casa. El rabino añadió que lo conocía poco, que no frecuentaba la sinagoga ni el centro comunitario, pero que se trataba de una persona culta y educada con quien podría entenderse en su mismo idioma. Le mostró la cercana Amsterdam avenue y se despidió con un abrazo insistiendo en que acudiese a menudo al centro comunitario.
El nuevo anfitrión resultó ser un hombre discreto y amable, de agradable aspecto. Recién llegado le mostró las dependencias del amplísimo apartamento, decorado al estilo burgués, con las paredes tapizadas de lienzos, el piso de madera cubierto de alfombras, cuberterías de plata y porcelanas de Herend en los muebles del salón. De adolescente sus padres lo enviaron desde Budapest a este apartamento nuevayorquino de los abuelos. Estos ya habían fallecido. El resto de la familia se resistía a abandonar Hungría pese a los tiempos de incertidumbre que se vivían. Németh solía permanecer en casa, era traductor de obras de literatura húngara al inglés. El joven encontró pronto un trabajo en el puerto. Cuando regresaba por las tardes lo encontraba casi siempre en la biblioteca del salón, con la lámpara encendida sobre la mesa, concentrado en libros y hojas de papel junto a la máquina de escribir.
El primer día Németh le dijo que podía permenecer el tiempo necesario y que Agnes, la sirvienta, le dejaría preparada la cena todos los días. No tenía que pagar nada, le recalcó.
A los cuatro meses el joven le comunicó que iba a alquilar un apartamento que en su dia compartiría con su futura esposa. Insistió en entregarle algún dinero pero Németh, fiel a su palabra, lo rechazó. Entonces el joven le dijo que le estaría eternamente agradecido, que siempre podría contar con él. Con los ojos transidos añadió que debía disculparse por haber mentido respecto a su condición de judío. El era gentil. Simplemente había visto cómo amigos suyos de Kassa, judíos, con la ayuda del rabino habían conseguido emigrar con éxito. El decidió utilizar ese mismo recurso para intentar aliviar la desesperada situación económica de su familia. Insistió en pedirle perdón. Németh permaneció pensativo unos instantes, luego respondió que su condición nunca le habia importado, que todos los hombres son iguales al margen de cualquier consideración étnica o religiosa. Lo había ayudado atendiendo al principio de fraternidad con el que estaba comprometido desde el día de su iniciación. El joven no pareció entender bien. Lo abrazó y se despidió de él. Németh se dirigió a la biblioteca, tomó unas hojas mecanografiadas y releyó en silencio sobre el Gran Arquitecto del Universo.
17 Comments:
EX-CE-LEN-TE ¡¡¡.
No se me ocurre más que felicitarte por la excelencia del texto, lo placentera que me resultó su lectua y obsequiarte con una frase que, sin duda, conocerás: "Quien salva una vida, salva el mundo".
Un saludo
Claro que te gusta... Es un texto paredesiano, inspirado en los tuyos. Es mi primer post de ficción. Es tu mundo, no es el mío, pero tu mundo como ves inspira y eso es muy positivo. La diferencia está en que tu capacidad narrativa es superior pues tú eres un gran lector de novelas y yo no. Lógicamente eso tenía que quedar reflejado.
Está bien ese juego de ponerse alguna vez en el pellejo literario del otro ¿no?.
Gracias y saludos, caballero.
...para gozo de nosotros, los mortales.
Genial Castor, obviamente.
Gracias, Castor. Has dado, en lo que a mí respecta, en el clavo.
Saludos y me inclino ante usted.
El Castor se desmelena y empieza a publicar ficción!!! Oléeee! Me encanta
Pietra, ya ves es para gozo de la plebe...........
Pues a la plebe no sé, pero a mi me gusta!!
Hace un par de días, releyendo un libro me acordé de tí:
"Diario de Praga (1941-42)" de un niño judío checo llamado Petr Ginz.
El talentoso e infortunado muchacho pereció bajo la maquinaria exterminadora del III Reich.
Carlos, te agradezco la información. Fíjate este muchacho no era judío en sentido estricto aunque el padre lo era y lo educó como tal.
Saludos, caballero.
sí, y también murió como tal.
He sido enviado hasta acá por Juan Pablo para tratar mi adicción a la afición al futbol, pero, sorpresa, me he encontrado ocn un blog muy interesante.
Bienvenido, Heriberto. He leído el último post de tu blog y espero disponer de un poco de tiempo para leer lo anterior.
Saludos.
Muy ameno amigo castor. Me sumo a la ola de felicitaciones.
Enhorabuena por tu paso a la ficción; yo que tú continuaría con ella, tienes buenas maneras.
Un saludo, Castor.
La tercera vez que lo leí me gustó más que la segunda, y ésta que la primera. Gracias, nuevamente Castor, y espero (además de otros) que continúes adentrándote por la senda de la ficción.
Carlos, me incluyo en "además de otros".
Obviamente, ya estabas incluido, pibe.
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