La edad de la discreción
Con el estallido de la primavera él prolongaba hasta la caída de la tarde los cuidados al jardín. Ella, desde la ventana de la habitación, solía mirarlo con cierta extrañeza, como si tuviera que cerciorarse que realmente era él, el serio profesor y jurista, el admirado esposo, quien se afanaba en esas tareas aparentemente banales.
Ella pensaba en los amigos comunes, colegas de facultad o altos cargos de la administración con los que habían compartido viajes, cenas en restaurantes lujosos, campañas benéficas... El evitaba ahora su compañía. Se ocupaba del jardín, se tumbaba en la hamaca bajo las buganvillas a leer o a escuchar música clásica. Al atardecer paseaba a los perros hasta la playa de Cagnes-sur-Mer y regresaba. A ella le parecía que había algo de mórbido en esa desatención a las amistades, esa indiferencia hacia el mundo, ese brusco cambio de costumbres. Envejece mal, se decía.
Aquella mañana luminosa dejó a Maurice atribulado, trasladando las macetas de unas agostadas begonias a la parte sombría del jardín, como si de una urgencia se tratase. Lo olvidó sentada en una terraza del Paseo de los Ingleses, junto a su amiga Liliane, entre turistas felices, algunos con la piel enrojecida por los primeros baños de sol de la temporada. Hombres jóvenes en pequeños grupos desfilaban con el torso desnudo camino de la playa. Ella se sentía juvenil con su vestido blanco de tirantes, corto y ajustado, la piel atezada, la media melena dorada recogida con un pañuelo de seda de color de alhucema. Se sentía resplandeciente: una mujer felizmente instalada en la femineidad, todavía complacida con su propio cuerpo. Algunas miradas se lo confirmaban.
- No tienes derecho a lamentarte,le dijo Liliane. Has tenido la vida que has querido y si el problema es que Maurice envejece no ocurre nada que no pudiera preverse.
- Físicamente está bien pero de repente se ha encerrado en sí mismo, ha roto con las amistades y ha perdido interés en las cosas, replicó ella, inalterada.
Liliane había sido colega de Maurice y seguía ejerciendo como profesora de derecho penal. Era una mujer algo masculina, menuda y de formas redondeadas. El pelo canoso y encarrujado como el de un viejo soldado mulato. Apuró el café, alzó la cabeza haciendo crepitar la silla. Recuerdo una vez... Le expuse a Maurice mis quejas sobre el trato discriminatorio a la mujer en ciertos artículos del código penal. El me animó a denunciarlo en la prensa, a organizar debates con las alumnas. En una ocasión, ante el temor a encontrarme con un auditorio semivacío a causa de una improvisada organización le pregunté si tú aceptarías acudir con tus amigas del club, al fin y al cabo iban a debatirse cuestiones que nos concernían a todas. ¿Sabes cuál fue su respuesta?.
- No.
-Que tenías cita en la peluquería.
-Tal vez deberías haberme preguntado a mí directamente, se defendió cerrando la discusión.
De regreso a casa encontró a Maurice esperándola en el salón, enfundado en un traje oscuro y una elegante corbata del color de sus ojos. Se quedó con la mirada clavada en él, sin verlo. Musitó algo sobre las begonias y ella se dirigió hacia su habitación tras dedicarle una mirada airada por tenerle que escuchar semejantes historias. El la detuvo con un ruego señalándole la mesa del comedor. Estaba cuidadosamente dispuesta para la cena, con el mantel de las grandes ocasiones, la vajilla de porcelana de Herend, los cubiertos de plata, las copas de cristal...
-Sólo tienes que sentarte, le dijo con dulzura. Nuestros hijos volverán a llamar más tarde. Les dije que estabas en la peluquería.
- Al parecer siempre estoy en la peluquería... Respondió ella con una sonrisa irónica final.
El la miró sorprendido. Ella le devolvió la mirada, encogiéndose de hombros, persistiendo en una sonrisa que tanto más que en sus labios se hallaba en sus ojos.El descorchó una botella de champagne y brindó: Feliz aniversario!.
Entonces ella cayó en la cuenta. Se casaron un día de primavera, se cumplían treinta y cino años. Cenaron escuchando viejas canciones de tiempos muy olvidados. Maurice susurró una de ellas. Cuando sólo queda el amor, para vivir nuestras promesas, sin ninguna otra riqueza que la de creer siempre en ellas...
Después él alargó un brazo para entregale un paquetito envuelto con esmero. Ella lo abrió. Unos pendientes, unos aros dorados formando círculos en torno a un rubí resplandeciente. Ya no puedes estar más deslumbrante, le dijo afectuosamente.
Ella se levantó. Lo besó en la frente, como de niña le enseñaron a besar al abuelo. El viento del sudeste abrió una ventana mal cerrada. Maurice sugirió dejarla así, para dejarse invadir por el penetrante perfume de las flores del durazno. El viento anunciaba la proximidad de la lluvia y de la niebla.
Ella se quedó con la mirada clavada en ese hombre necesario. Pensó que ya se había instalado entre ellos la edad de la discreción, como un motor que se detiene en el aire.
20 Comments:
La edad de la discreción o la inercia de la costumbre ??.
Un bello relato, como nos tiene acostumbrados.
Saludos, caballero.
Hay, en el ámbito de la burguesía, muchos matrimonios como el descrito. El, hombre brillante y ganador de honores y ella, un tanto florero (sin ánimo de ofender a nadie, sino como mero dato fenómeno respaldado por la empírica)
Es acertado eso de la edad de la discreción, en la cual, el amor está más que domesticado.
Un texto sumamente interesante, tal cual como me había indicado mi buen amigo Carlos Paredes Leví.
Reciba un cordial saludo. Volveré.
un beso gigante para ti, paseando mientaras el tiempo me lo permite me encanta este lugar aunque no escriba siempre ......degusto.
su mano es buena muuy buena , interesante profundo mas de una lectura como a mi me gusta
cariñisimos ío.
Real y tierno como la vida misma.
Carlos, estoy sin tiempo libre últimamente... Le agradezco su fidelidad.
Un saludo.
Daniel, agradezco su amable comentario y atinadas observaciones. Saludos.
Ojos, celebro que te haya gustado, al menos un poco. Me gusta cuando en la prosa hay un cierto lirismo (o intentos). Besos.
Alfred, curioso texto ¿no?, de una cabeza extraña como la mía...
Saludos.
Castor, muy buen relato, he podido imaginar hasta el último detalle de las imágenes ha sido como estar en el cine.
Siempre se ha dicho que basar el amor en la belleza externa es estúpido pues es algo efímero. Ahora en tu relato vemos que ella sufre porque ya no reconoce en su marido la persona a la que amó, y no por su aspecto físico sino porque ha cambiado sus costumbres y ha desaparecido su ambición.
Todo puede cambiar, de hecho todo cambia, y si lo que lo hace era lo que más nos gustaba de la otra persona, ¿qué hacemos?
(no me hagas mucho caso que es que le doy muchas vueltas jajaja)
El texto nos da una información limitada sobre esta pareja, esto no nos permite grandes conclusiones.
No sabemos si ella se casó con alguien de extracción burguesa con el correspondiente interés material o simplemente con alguien que prometía. No sabemos si ella trabajó también contribuyendo al bienestar familiar. No sabemos enfin si fue una mujer interesada aunque le gusten ciertos lujos.
Todo el mundo aspira a vivir lo mejor posible, no veo que se pueda objetar a eso. Habría que ver los valores de uno, eso sí.
Más bien yo pretendía señalar algo menos importante. En lo físico la mujer puede conservar más tiempo el atractivo en cambio el hombre a partir de una edad relativamente temprana sólo puede pretender destacar por su personalidad. La protagonista llega muy bien a la sesentena, le dirigen miradas hombres más jóvenes. Él, al que cabe suponer algo mayor, al renunciar a la vida social deja de mostrar el único atractivo que podría lucir: su personalidad.
Pero ese cambio en la vida de él, esa aparente renuncia a la vida social, se explicaría por la decadencia que supone la vejez, en algunos casos más acusada y más prematura que en otros.
Te agradezco Mavi tus valiosas reflexiones que siempre sigo en el blog de nuestro común amigo el caballero y encantado de leerlas tb aquí, claro.
Querido Castor, no tienes idea de lo mucho que he disfrutado con tu relato. Lo he tenido que releer un par de veces. Resulta melancólico, embriagador, delicado; tal y como imagino el jardín de Maurice.
Quizás lo disfruté más porque iba ensamblando imágenes en mi cerebro, pintando un retrato sutil de los personajes. Y tiene un excelente final, muy conmovedor.
Además, la foto de mi adorada Catherine Deneuve fue un cierre magistral. Es a ella a quien imagino como la esposa ambivalente. Gracias, de verdad.
Luisgui, diría que exageras pero mejor que te haya gustado.
Saludos.
Exelente. Me has dejado, luego de leer tu relato, en un delicado sopor.
Como si estuviera escuchando a Anthony and The Johnsons y de repente se apagara quedando un eco melancólico y dulce.
Gracias, lo necesitaba.
Hola!!, ¿hay alguien aquí?
Hola castor:
La presente es para comunicarte que después de un periodo de descanso vuelve a estar operativo el blog SENDALITERARTE. Espero seguir teniendo tu estimable visita.
Un Saludo: El Argonauta Enmascarado.
Muy bueno la verdad.
Si tienes ganas, tengo algo que pueda llegar a interezarte, pasate por mi blog.
Un abrazo enorme, que andes bien.
Nicolas.
Querido Castor: ¿O yo tengo una falla en mi sistema o no has publicado más en todo este tiempo? Mucho trabajo, ¿quizás?
Espero saber de ti pronto.
Un abrazo.
Me he vuelto perezoso, pero eso no es ninguna novedad... Además en agosto la mayoría está de vacaciones y eso se contagia: no hacen nada pues yo tampoco...
Escribí un post sobre la visita de un amigo extranjero pero no me gustó y lo borré. Ya escribiré después de la visita, pensé. Pero él vino con un proyecto de inversión tan importante que estoy que ni duermo... Así es difícil sentarse y escribir pero voy a tener que hacerlo.
Saludos, amigos.
Curioso título, no es la primera vez que alguien lo utiliza. Tampoco el tema del relato. Me gustaría saber el motivo de la elección del título, de ser posible.
Saludos.
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