Sunday, February 25, 2007

La herencia


"No nos hagamos ilusiones sobre la fraternidad del hombre: la evoca cada hombre de acuerdo con sus circunstancias". (Ronald LAING)

Pasaban unos días de descanso junto al mar. Un día salieron sin rumbo fijo. Tomarían la carretera larga y rectilínea que perfuman los naranjos en flor o la que serpentea por la colina desnuda. No lo sé. Sé que ese día por azar descubrieron la aldea semioculta, entre almendros y campos de olivos. Y me consta que les gustó.

Tropezaron con X. Les habló de mí. Una mañana en el bar un hombre alto y de porte distinguido, con las sienes plateadas, se dirigió hacia mí con una sonrisa de complicidad. -¿Tú eres J.?. Otro día me presentó a su amigo suizo. Una pareja común dentro de la excepción, pensé. Una relación de madurez, íntima amistad libre de pasiones. Pero era asunto de ellos, claro.

El marqués y su amigo regresaron a Suiza, yo a Praga. Supe por X. que de vez en cuando reaparecían para formalizar la compra de casas en ruinas que les había estado buscando. Por teléfono el marqués me puso al corriente de sus proyectos: estaba a punto de prejubilarse, venderían la mansión próxima a Ginebra y se instalarían en el pueblo una vez reconstruídas las casas parte de las cuales se destinaría a turismo rural.

En mi casa, en el pueblo, se instaló G.G. Y también en mi cabeza.

Y en la cabeza poco privilegiada de X., aunque lo negase aprovechándose de mi situación en la lejanía. Llamé al marqués para decirle que X. era un saco deforme de grasa. El marqués mantuvo una exquisita neutralidad. "Además tu relación con G.G. no la entiendo". Me daba igual. La entendía Christian con quien compartía apartamento en Praga. El me hablaba con nostalgia de la amiga que había dejado en su país, yo lo mareaba a diario sobre G.G., paisano suyo. "Hoy por teléfono G.G. me ha confesado que me necesitará durante toda su vida" le decía, exultante. -"¿Y tú te lo crees?". Yo me deslizaba hacia su cama y le respondía que esas palabras me colmaban de felicidad, que no deseaba oír otra cosa, pero creer, lo que se dice creer de verdad, que sólo creía en lo que tenía entre mis manos en aquellos precisos instantes. En mis manos camino de mi boca.

Algunos meses más tarde se supo en el pueblo que el marqués había muerto repentinamente en su casa víctima de un infarto masivo. Poco después su amigo suizo iniciaba un incierto combate contre una grave enfermedad.

Coincidí algunas veces con el suizo en el bar del pueblo. Tragaba alcohol, se reía, hablaba aceleradamente: estaba ya completamente restablecido, seguiría adelante con los proyectos iniciados junto a su compañero en vida de éste. Desaparecía. X. lo acaparaba, lo mantenía alejado de posibles amistades, le buscaba más casas en ruinas. Tendría sus dudas sobre si el final estaba próximo o no, en todo caso olía el dinero.

Durante uno de sus viajes de regreso al pueblo el suizo se sintió mal. Del hotel al hospital. En cuestión de unas horas expiró. Fue incinerado. X. se empeñó en llevarse la urna con los restos. Esta permaneció un tiempo en el piso de una habitación repleta de trastos, entre la suciedad. A la mujer de X. le provocaba cierta aprensión tener que ver la urna en un lugar próximo, a la suciedad era indiferente. Poco antes del funeral, ante la llegada de algún familiar, adecentaron la habitación y colocaron algunas velas junto a la urna. Las cenizas fueron esparcidas por el monte. Para X. la espera por conocer la decisión judicial sobre la herencia resultó larga, tensa y agitada.

Finalmente, por lo que se dijo, no había nada para heredar.

10 Comments:

Blogger Carlos Paredes Leví said...

Y, ya lo dice el refrán: "El que espera, desespera".

10:27 am  
Blogger El Castor said...

Así es. Ni esperar ni desesperar. Saludos.

4:04 pm  
Blogger Vicente Moran said...

Pero estos señores qué quieren? Palacios y herencias mal avenidas. Creo que los aristocráticos del viejo mundo me dan escosor.
Que espere pues, hasta que las raices de sus huesos se anclen a su tierra...

7:12 pm  
Blogger El Castor said...

Vicente: bueno, me he referido a una sola persona como marqués y realmente lo era pero se trataba de una persona sin pretensiones que vivía de su trabajo. Creo que he exagerado hablando de mansión, por las fotos que me mostró la suya era una casa de campo con su terreno. No necesariamente haber heredado un título nobiliario supone un gran patrimonio o mucho dinero. Creo que éste no era el caso. No hay que interpretar lo que he relatado como un asunto entre aristócratas ni muchísimo menos. Te agradezco y muchos saludos.

11:38 pm  
Anonymous Anonymous said...

el que espera, no es manzana.
Muy buen relato Castor, nos estamos viendo.

6:31 pm  
Blogger El Castor said...

Así es, Juanpa. Una pera grande y dura nunca será una manzana. Jeje

3:09 pm  
Blogger Luis Guillermo Franquiz said...

Me ha gustado tu relato: sencillo, acompasado, lineal. Provoca saber qué sucedio después con X. y su esposa. Disculpa, pero disfruto mucho con las subtramas del texto.

7:33 pm  
Blogger Joel Langarika said...

Excelente relato! lo he disfrutado y me ha quedado la zozobra de saber que paso con X su wife tambien je. saludos.

10:33 pm  
Blogger El Castor said...

¿Que qué pasó con X...? Nada, tiene su trabajo. Dicen que el suizo no dejó testamento. La herencia pues fue para su familiar más directo, su madre, a quien aconsejaron que se desentendiera de ella porque en definitiva sólo había deudas. Por eso al final del texto escribí que "no había nada para heredar". Nada, algunas deudas. Hay que tener en cuenta que el suizo sufrió la pérdida de su compañero y luego su propia enfermedad. Eso es muy duro. Gastaría mucho en el tratamiento... no sé el caso es que fundió mucho dinero.
Saludos LuisGui y Joel. Por cierto Joel partidazo de Márquez hoy.

11:21 pm  
Blogger Carlos Paredes Leví said...

Hay herencias que son una carga.

4:19 pm  

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